La Pereza, en La Mesa de los Pecados Capitales, del Bosco (145-1516) representada como un clérigo durmiendo mientras una mujer (la Fe) quiere despertarlo para que cumpla sus deberes,
Con permiso del autor
de un blog sumamente interesante, para quienes les gusta nadar en esas aguas, publicamos
un artículo sobre una cuestión de urgente consideración para los cristianos
actuales, sobre todo aquellos que se consideran “enemigos de la Modernidad”.
No sé cómo llamar al
problema tratado, es difícil definirlo en una palabra, pero contare una anécdota
para que se comprenda de que estoy hablando.
Hace varios años, cuando
cursaba filosofía, un profesor platense me dijo algo que a su vez me llevo al teólogo
francés Louis Bouyer (1913-2004).Este profesor era muy versado en filosofía
moderna, en especial en Kant. Una vez le pregunto un compañero porque hablaba
tantas maravillas de Kant y su filosofía, si al final de la clase terminaría
refutando los postulados del autor. El profesor respondió muy sencillamente
con; “Para entender a un autor, hay que quererlo un poco”. Después hable
personalmente con el profesor sobre esa cuestión y comentamos esta cita del
padre Bouyer:
Que el catolicismo post-tridentino
tuviera necesidad de tal apertura y hasta, para decirlo con una palabra todavía
más osada, de una verdadera conversión al mundo –es decir, en sentido
etimológico, de volverse finalmente hacia el mundo, de verlo, de comprenderlo,
de tratar de amar-lo tal como es–, es cosa que apenas si tiene necesidad de
demostración. Basta con releer los manuales de filosofía de los seminarios, que
todavía ayer, como quien dice, concentraban toda la atención de los
seminaristas durante los primeros años de estudio; con ellos quedaremos
suficientemente edificados. En ellos se presentaba a Descartes, Leibniz, Kant,
Hegel, Bergson, etc., como una caterva de cretinos malhechores, que con un solo
silogismo, o a lo más con un sorites, se podían liquidar sin más. ¿Marx? El
hombre con el cuchillo entre los dientes. ¿Freud? Un viejo verde. ¿Blondel o Le
Roy? Modernistas de una perversidad muy particular, pues persistían en seguir
siendo católicos... (La Décomposition du Catholicisme, pagina 49; Edición Vórtice).
La cuestión es sencilla: No se puede amar lo que no se conoce y no se
puede refutar aquello que no se entiende.
La Biblia es la Palabra de Dios, en ella tenemos la vida y doctrina del
divino Salvador. No podemos considerarnos buenos cristianos si no conocemos como mínimo el Evangelio; Allí tenemos la base fundamental de la Fe Católica, y en los
concilios y textos de los santos la explicitación de la misma. Pero para hablar
de esa Fe con autoridad, es necesario leer. Análogamente para “refutar” a
los autores heréticos o errados. Leer a los mismos para comprender sus errores,
allí recién se puede refutar verdaderamente.
Sin más aquí el artículo:
Cómo se puede criticar lo que no se ha leído
De parabel der blinden (en neerlandés, La parábola de los ciegos) de Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569)
Me sorprende muchísimo la cantidad de críticas que encontré entre
católicos tradicionalistas al Concilio Vaticano II y sin embargo, ni leyeron
uno sólo de sus documentos. También conozco tradicionalistas sedevacantistas
que no tocaron ni una página de Roberto Bellarmino, ni de Cayetano y mucho
menos... la Biblia, pero no se preocupe, en Sursum publicamos muchísimas
ediciones de la Biblia para que las pueda descargar. Pase y vea.
Sí, como lo está leyendo. ¿No se sorprende usted que alguien que se
llama católico pueda pasar horas y horas en Internet, navegando por páginas
webs, foros, grupos de Facebook, cuando no grupos de watsapp y sin embargo...
jamás leyó la Biblia "tapa a tapa"? Bueno, yo conocí algunos casos.
Algunos de esos católicos gustan de dar cátedra de moral, doctrina y hasta
derecho canónico (no saben siquiera que el CIC tiene reglas de interpretación
que están en el mismísimo código), pero no leyeron la Biblia.
De la misma manera, conozco algunos ortodoxos que no han leído a los
Padres de la Iglesia, sino reseñas y resúmenes de los Padres de la Iglesia, y
en base a eso ¡creen que pueden insultar al mismísimo Santo Tomás de Aquino! ¿Y
qué decir de los protestantes que nunca pasaron de un artículo de alguna
enciclopedia perdida sobre San Agustín, y del Doctor de la Gracia no leyeron ni
una sola página?
Pero así, entre la "cristiandad", tenemos críticos de todo
que no han leído nada. Tengo decenas de artículos de blogs y hasta de revistas
más o menos serias que atacan la crítica bíblica... pero sus autores no saben
que es el debate David-Dever y no conocen las implicancias que en todo esto
está teniendo la Iglesia Metodista... ni hablar de cuando se trata de
filosofía. Así, por ejemplo, hace unas semanas tuve que soportar que alguien me
acusara de calvinista tras indicarle que los Concilios no tienen preeminencia
sobre la Escritura. ¿Y qué decir de quienes criticaron con tanta acidez la
publicación en Sursum de las evidencias sobre la invalidez de las órdenes de
Thuc? ¿Acaso no fue la misma burrada de los que me dijeron que yo mismo era
"milenarista" por poner a disposición de los lectores "La venida
del Mesías en Gloria y Majestad" de Manuel Lacunza Díaz? Y cuando le
pregunté a una de esas personas "¿Usted lo leyó?" me contestó:
"Con mucho orgullo le digo que no leo nada que no sea el Magisterio de los
Santísimos Papas de Roma". Respuesta interesante para un sedevacantista.
Tengo en mi bandeja de entrada varios correos en los cuales se aprecian
las "sospechas" al Diccionario portátil de los Concilios, obra que un
"genio" tradicionalista me dijo "debe ser cismática
oriental", cuando tiene imprimatur romano. De allí que no me llama la
atención que muchos tradicionalistas y conservadores hablen del documento
preparatorio del Sínodo para Amazonía, sin haberlo leído. Les comento que
decidí hacer una prueba. Busqué un texto muy ortodoxo de un autor que está en
la cabeza de los heterodoxos: Calvino. ¿Qué hice? Copié entero un párrafo de su
Comentario a los sermones de San Juan Crisóstomo y se los compartí a cinco
personas: tres sacerdotes (un sedevacantista admirador de Ceriani, un
lefebvriano y un independiente que reclama órdenes del obispo Duarte-Costa) y a
dos laicos tradicionalistas. Los cincos quedaron maravillados y estasiados con
la "claridad" y la "santidad del autor". ¿Acaso medimos la
santidad por cómo escribe una persona? Mandé unos párrafos más y los elogios
eran increíbles... uno de ellos me dijo incluso que iba a poner esos textos en
su "boletín parroquial". Doblé la apuesta, tomé el libro Cristo y su
justicia, de E.J. Waggoner, un clásico del adventismo del séptimo día, extraje
varios párrafos y los envié... impresionados volvieron a agradecerme.
Finalmente les confesé las fuentes de dónde había tomado los textos y quedaron
no sólo desilusionados, sino enojados conmigo.
¿Qué fue lo que pasó? Simplemente nunca leyeron lo que criticaban y
odiaban. Son esas personas que se escudan con "yo no discuto con los
Testigos de Jehová porque eso de andar con la Biblia es de herejes" o lo
que es peor "ellos manejan muy bien la Biblia, pero la manejan mal",
cuando en realidad, ellos son exactamente iguales que los Testigos: no leyeron la
Biblia, conocen algunos pasajes de aquí y de allí, algo de alguna enciclopedia
por acá y otro por allá, pero su dedicación a la lectura es tan pobre y tan
poco espiritual, que el mínimo viento es capaz de convertirse en un torbellino
en sus pobres y áridas mentes.
Por eso leamos, leamos y estemos atentos. Seamos honestos,
intelectualmente honestos ante todo. Oremos. Tengamos cuidado de hablar sin
saber y más aún, de leer y escribir, sin antes pedir al Señor que nos envié la
luz suficiente.
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Agradecemos al autor cuyo original puede leerse aquí.