martes, 14 de julio de 2020

El Santo de la Medalla

"San Benito destruyendo el ídolo de Apolo" - Fray Juan Andrés Ricci de Guevara (1600-1661) 

“¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni pone el pie en el camino de los pecadores, ni entre los burladores toma asiento, más tiene su deleite en la Ley del Señor, y en ella medita de día y de noche!”
Salmo I, 2-3.

Hace unos días, el calendario oficial de la Iglesia católica celebro la fiesta de san Benito de Nursia, fundador de la Orden benedictina y padre de los monjes de Occidente. Este santo varón del siglo V fue la semilla de la reconstrucción de la civilización tras la caída del Imperio romano, ya que la Orden monacal fundada por él, fue la gran evangelizadora de la Europa bárbara, basta ver la cantidad de monasterios repartidos por los países europeos y la lista de santos misioneros de dicha Orden.

“En verdad, en verdad os digo, que quien cree en mí, él hará también las obras que yo hago, y las hará todavía mayores; por cuanto yo me voy al Padre” (San Juan XIV, 12)

Hace ya muchos años, el Papa Benedicto XVI dio una excelente catequesis sobre la figura de san Benito de Nursia, patrono de su pontificado. He decidido compartirlo aquí porqué en el texto del entonces pontífice (hoy emérito), se resalta que las obras de san Benito no fueron meramente por “rescatar Occidente” sino porque eran consecuencia de su inmenso amor al Señor. Fue en pos de Cristo, por Cristo mismo, no por la añadidura.

Nada mejor que leer la biografía que le hace san Gregorio Magno (hay una edición castellana de la Editorial Céfiro) para ver esto más claro. Con ejemplos moralizantes y doctrina sencilla, san Gregorio presenta al “hombre de Dios” como un siervo fiel de su Señor.

Espero entonces que este discurso, sirva para rescatar el gran monje de la naciente Cristiandad occidental.

San Benito
Ora pro nobis


Audiencia General
Miércoles 9 de Abril del 2008

Por Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy voy a hablar de san Benito, fundador del monacato occidental y también patrono de mi pontificado. Comienzo citando una frase de san Gregorio Magno que, refiriéndose a san Benito, dice: «Este hombre de Dios, que brilló sobre esta tierra con tantos milagros, no resplandeció menos por la elocuencia con la que supo exponer su doctrina» (Dial. II, 36). El gran Papa escribió estas palabras en el año 592; el santo monje había muerto cincuenta años antes y todavía seguía vivo en la memoria de la gente y sobre todo en la floreciente Orden religiosa que fundó. San Benito de Nursia, con su vida y su obra, ejerció una influencia fundamental en el desarrollo de la civilización y de la cultura europea.

La fuente más importante sobre su vida es el segundo libro de los Diálogos de san Gregorio Magno. No es una biografía en el sentido clásico. Según las ideas de su época, san Gregorio quiso ilustrar mediante el ejemplo de un hombre concreto —precisamente san Benito— la ascensión a las cumbres de la contemplación, que puede realizar quien se abandona en manos de Dios. Por tanto, nos presenta un modelo de vida humana como ascensión hacia la cumbre de la perfección.

"San Benito escribiendo la Regla" - Anónimo
En el libro de los Diálogos, san Gregorio Magno narra también muchos milagros realizados por el santo. También en este caso no quiere simplemente contar algo extraño, sino demostrar cómo Dios, advirtiendo, ayudando e incluso castigando, interviene en las situaciones concretas de la vida del hombre. Quiere mostrar que Dios no es una hipótesis lejana, situada en el origen del mundo, sino que está presente en la vida del hombre, de cada hombre.

Esta perspectiva del «biógrafo» se explica también a la luz del contexto general de su tiempo: entre los siglos V y VI, el mundo sufría una tremenda crisis de valores y de instituciones, provocada por el derrumbamiento del Imperio Romano, por la invasión de los nuevos pueblos y por la decadencia de las costumbres. Al presentar a san Benito como «astro luminoso», san Gregorio quería indicar en esta tremenda situación, precisamente aquí, en esta ciudad de Roma, el camino de salida de la «noche oscura de la historia» (cf. Juan Pablo II, Discurso en la abadía de Montecassino, 18 de mayo de 1979, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de mayo de 1979, p. 11).

De hecho, la obra del santo, y en especial su Regla, fueron una auténtica levadura espiritual, que cambió, con el paso de los siglos, mucho más allá de los confines de su patria y de su época, el rostro de Europa, suscitando tras la caída de la unidad política creada por el Imperio Romano una nueva unidad espiritual y cultural, la de la fe cristiana compartida por los pueblos del continente. De este modo nació la realidad que llamamos «Europa».

La fecha del nacimiento de san Benito se sitúa alrededor del año 480. Procedía, según dice san Gregorio de la región de Nursia, ex provincia Nursiae. Sus padres, de clase acomodada, lo enviaron a estudiar a Roma. Él, sin embargo, no se quedó mucho tiempo en la ciudad eterna. Como explicación totalmente creíble, san Gregorio alude al hecho de que al joven Benito le disgustaba el estilo de vida de muchos de sus compañeros de estudios, que vivían de manera disoluta, y no quería caer en los mismos errores. Sólo quería agradar a Dios: «soli Deo placere desiderans» (Dial. II, Prol. 1).

Así, antes de concluir sus estudios, san Benito dejó Roma y se retiró a la soledad de los montes que se encuentran al este de la ciudad eterna. Después de una primera estancia en el pueblo de Effide (hoy Affile), donde se unió durante algún tiempo a una «comunidad religiosa» de monjes, se hizo eremita en la cercana Subiaco. Allí vivió durante tres años, completamente solo, en una gruta que, desde la alta Edad Media, constituye el «corazón» de un monasterio benedictino llamado «Sacro Speco» (Gruta sagrada).

El período que pasó en Subiaco, un tiempo de soledad con Dios, fue para san Benito un momento de maduración. Allí tuvo que soportar y superar las tres tentaciones fundamentales de todo ser humano: la tentación de autoafirmarse y el deseo de ponerse a sí mismo en el centro; la tentación de la sensualidad; y, por último, la tentación de la ira y de la venganza.

San Benito estaba convencido de que sólo después de haber vencido estas tentaciones podía dirigir a los demás palabras útiles para sus situaciones de necesidad. De este modo, tras pacificar su alma, podía controlar plenamente los impulsos de su yo, para ser artífice de paz a su alrededor. Sólo entonces decidió fundar sus primeros monasterios en el valle del Anio, cerca de Subiaco.

Claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos, España.


En el año 529, san Benito dejó Subiaco para asentarse en Montecassino. Algunos han explicado que este cambio fue una manera de huir de las intrigas de un eclesiástico local envidioso. Pero esta explicación resulta poco convincente, pues su muerte repentina no impulsó a san Benito a regresar (Dial. II, 8). En realidad, tomó esta decisión porque había entrado en una nueva fase de su maduración interior y de su experiencia monástica.

Según san Gregorio Magno, su salida del remoto valle del Anio hacia el monte Cassio —una altura que, dominando la llanura circunstante, es visible desde lejos—, tiene un carácter simbólico: la vida monástica en el ocultamiento tiene una razón de ser, pero un monasterio también tiene una finalidad pública en la vida de la Iglesia y de la sociedad: debe dar visibilidad a la fe como fuerza de vida. De hecho, cuando el 21 de marzo del año 547 san Benito concluyó su vida terrena, dejó con su Regla y con la familia benedictina que fundó, un patrimonio que ha dado frutos a través de los siglos y que los sigue dando en el mundo entero.

En todo el segundo libro de los Diálogos, san Gregorio nos muestra cómo la vida de san Benito estaba inmersa en un clima de oración, fundamento de su existencia. Sin oración no hay experiencia de Dios. Pero la espiritualidad de san Benito no era una interioridad alejada de la realidad. En la inquietud y en el caos de su época, vivía bajo la mirada de Dios y precisamente así nunca perdió de vista los deberes de la vida cotidiana ni al hombre con sus necesidades concretas.

Al contemplar a Dios comprendió la realidad del hombre y su misión. En su Regla se refiere a la vida monástica como «escuela del servicio del Señor» (Prol. 45) y pide a sus monjes que «nada se anteponga a la Obra de Dios» (43, 3), es decir, al Oficio divino o Liturgia de las Horas. Sin embargo, subraya que la oración es, en primer lugar, un acto de escucha (Prol. 9-11), que después debe traducirse en la acción concreta. «El Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos», afirma (Prol. 35).

Así, la vida del monje se convierte en una simbiosis fecunda entre acción y contemplación «para que en todo sea glorificado Dios» (57, 9). En contraste con una autorrealización fácil y egocéntrica, que hoy con frecuencia se exalta, el compromiso primero e irrenunciable del discípulo de san Benito es la sincera búsqueda de Dios (58, 7) en el camino trazado por Cristo, humilde y obediente (5, 13), a cuyo amor no debe anteponer nada (4, 21; 72, 11), y precisamente así, sirviendo a los demás, se convierte en hombre de servicio y de paz. En el ejercicio de la obediencia vivida con una fe animada por el amor (5, 2), el monje conquista la humildad (5, 1), a la que dedica todo un capítulo de su Regla (7). De este modo, el hombre se configura cada vez más con Cristo y alcanza la auténtica autorrealización como criatura a imagen y semejanza de Dios.

A la obediencia del discípulo debe corresponder la sabiduría del abad, que en el monasterio «hace las veces de Cristo» (2, 2; 63, 13). Su figura, descrita sobre todo en el segundo capítulo de la Regla, con un perfil de belleza espiritual y de compromiso exigente, puede considerarse un autorretrato de san Benito, pues —como escribe san Gregorio Magno— «el santo de ninguna manera podía enseñar algo diferente de lo que vivía» (Dial. II, 36). El abad debe ser un padre tierno y al mismo tiempo un maestro severo (2, 24), un verdadero educador. Aun siendo inflexible contra los vicios, sobre todo está llamado a imitar la ternura del buen Pastor (27, 8), a «servir más que a mandar» (64, 8), y a «enseñar todo lo bueno y lo santo más con obras que con palabras» (2, 12). Para poder decidir con responsabilidad, el abad también debe escuchar «el consejo de los hermanos» (3, 2), porque «muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor» (3, 3). Esta disposición hace sorprendentemente moderna una Regla escrita hace casi quince siglos. Un hombre de responsabilidad pública, incluso en ámbitos privados, siempre debe saber escuchar y aprender de lo que escucha.
San Benito califica la Regla como «mínima, escrita sólo para el inicio» (73, 8); pero, en realidad, ofrece indicaciones útiles no sólo para los monjes, sino también para todos los que buscan orientación en su camino hacia Dios. Por su moderación, su humanidad y su sobrio discernimiento entre lo esencial y lo secundario en la vida espiritual, ha mantenido su fuerza iluminadora hasta hoy.

Monje cartujo rezando el Breviario
Pablo VI, al proclamar el 24 de octubre de 1964 a san Benito patrono de Europa, pretendía reconocer la admirable obra llevada a cabo por el santo a través de la Regla para la formación de la civilización y de la cultura europea. Hoy Europa, recién salida de un siglo herido profundamente por dos guerras mundiales y después del derrumbe de las grandes ideologías que se han revelado trágicas utopías, se encuentra en búsqueda de su propia identidad.

Para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es necesario también suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas del continente. De lo contrario no se puede reconstruir Europa. Sin esta savia vital, el hombre queda expuesto al peligro de sucumbir a la antigua tentación de querer redimirse por sí mismo, utopía que de diferentes maneras, en la Europa del siglo XX, como puso de relieve el Papa Juan Pablo II, provocó «una regresión sin precedentes en la atormentada historia de la humanidad» (Discurso a la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la cultura, 12 de enero de 1990, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de enero de 1990, p. 6). Al buscar el verdadero progreso, escuchemos también hoy la Regla de san Benito como una luz para nuestro camino. El gran monje sigue siendo un verdadero maestro que enseña el arte de vivir el verdadero humanismo.

(…)

Saltamos los saludos finales, que no se relacionan con el tema central. Ellos se pueden leer en el original aquí.

lunes, 6 de julio de 2020

Revolución en San Rafael

Afiche de la película chilena homónima (1972)

El libro de Tobías (mi libro favorito de la Biblia) nos narra las desventuras del piadoso Tobit, y la misión que encomienda a su hijo, quien con la ayuda de Dios, consigue llegar a su destino tras largo viaje, casarse con su mujer, volver a casa y curar a su padre. El libro tiene excelentes lecciones de piedad, y de cómo estas no quedan sin recompensa; sea esta espiritual o material, como luego el Señor nos dijo en el Evangelio (San Mateo VI, 1-4).

Tobit es un hombre piadoso, patriarca respetado por los judíos exiliados, y temeroso de Dios. Ante las catástrofes que asolaban su pueblo, él reza y se pone en riesgo, rompiendo la ley para que sus compatriotas asesinados tengan “religiosa sepultura” (Tobías I, 14-22). En su aflicción Dios no lo abandona, y mandó al arcángel San Rafael para que lo socorra (Tobías capitulo III) y lo cure (Tobías VI, 1-6; XI, 10-15). Y Tobit, siempre con confianza, agradece a Dios por su auxilio (Tobías capitulo XIII).
La aparición de san Rafael arcángel en la Escritura solamente lo registra este libro. Y por sus actos, la Iglesia lo venera como patrono de la medicina y los viajeros. Muchos pueblos de España y América lo tiene como protector, entre ellos, la ciudad de San Rafael de Mendoza, donde estos días acontecieron cosas que no parecen inspiradas en la confianza a Dios, como la historia de su santo patrono enseña.

Desde hace meses, la nación Argentina se ve golpeada por una cuarentena anticonstitucional que mantiene encerrado a sus ciudadanos, impidiéndoles trabajar, ir a la escuela a estudiar o a la Iglesia a rezar. Los argentinos en gran medida están hartos de este encierro, no solo porque no parece tener fin sino por la privación de las libertades civiles, entre ellas la libertad religiosa (que yo prefiero llamar el derecho de Dios a ser adorado). El Episcopado argentino, lejos de protestar contra dicho atropello, prefirió actuar cómplice de estas injusticias y apaciguar a los fieles que exigen que se les devuelva la santa Misa.

Hace un par de semanas, los algunos gobiernos provinciales han permitido el regreso de los fieles al culto, y los obispos han dado distintas medidas para que esto no sea un nuevo foco de contagio, algunas rozan el ridículo: Mi parroquia vecina no permite más de 40 personas en el templo (edificio donde cómodamente entran 200) y los asistentes deben reservarse un lugar varios días antes.

Monseñor Eduardo María Taussig

En San Rafael, monseñor Eduardo María Taussig ha ordenado a sus fieles recibir, y a su clero dar la Comunión en la mano para evitar contagios. Ahora bien, esta decisión causo polémica en distintos ámbitos de la Iglesia mendocina por justas razones. En el Seminario sanrafaelino, la imposición motivo muchos disgustos entre los seminaristas, y la renuncia del rector del mismo para que luego asuma el obispo, y así ver que su decisión era acatada so pena de sospechas a sus seminaristas. Entre los fieles un enojo generalizado, que motivo protestas (y en buena hora) y quejas; estas pueden ser vistas aquí, mientras que la episcopal respuesta puede ser vista aquí.

La feligresía sanrafaelina, es muy devota y practicante, pero no es beatona y clericalista. Sus excelentes laicos no son ovejas que siguen ciegamente al hacendado de turno (como tristemente lo es el resto laico de Argentina) sino que siguen al Pastor del rebaño que se expresa en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia, antes que en decisiones arbitrarias del obispo de turno. La provincia de Mendoza tiene un bastión de catolicidad nacional en esta diocesis (como San Luis por ahora) y reducidas diócesis argentinas, no dejaran caer el sacrilegio como si nada en su vida cristiana. Y hay que dar a Dios gracias por eso, ya que si algo ha causado un daño casi mortal a la Iglesia católica en los últimos cincuenta años ha sido la “obediencia servil” de laicos y clérigos; Con esta obediencia desvirtuada se dejo pasar las blasfemias de Asís (1986), la imposición injusta de la Nueva Liturgia, y el despotismo en el gobierno de la Iglesia (sobre el despotismo clerical tengo un articulo en el tintero).

La "prudencia" de los obispos argentinos muchas veces llega a colmar la paciencia de los católicos, somos muy clericales como para molestarnos en usar la sana rebeldía. El ciclo 2018-2019 fue un ejemplo de ello, cuando el episcopado hizo prácticamente nada para evitar la aprobación de la ley del aborto, dejando a los laicos sin apoyo ante el gobierno y los medios. Por suerte en este país, los protestantes son más militantes que el clero católico, y sin problema se dieron a la gesta provida, mientras los mitrados callaban. La pasividad del episcopado enojo a varios católicos, que en charlas de sobremesa nos dedicamos a despotricar contra las mitras, pero a la hora de reclamar su incompetencia como pastores, pues nada.

Por eso, el caso de San Rafael es gratificante; muchos católicos estamos cansados de estar sin apoyo de nuestros pastores, y algunos se levantan ante el yugo despótico de los mismos. No sé por qué Monseñor Taussig esperaba una obediencia mansa a sus órdenes, espero que rectifique pronto a sus injustos deseos, o el panorama de su feligresía no se verá rosa ni en oraciones, ni en monedas.

"Humo tranquilo" - Georges Croegaert (1848-1923)
Sobre esto último, quisiera terminar recordando a San Pablo, en su primera carta a Timoteo dice “…El obrero merece su jornal” (I Timoteo V, 17). Y es verdad, pero condicional a “… que cumplen bien con su oficio, sean remunerados con doble honorario” (versículo 16). Recientemente, la Conferencia Episcopal Argentina ha lanzado el Programa FE, para pedir donaciones de dinero a los fieles, para “mantenimiento de la Iglesia en Argentina”. La pregunta obligada seria ¿Con qué cara la C.E.A pide dinero en un contexto de improductividad nacional? ¿Con qué cara el episcopado pide dinero cuando la economía está en crisis? Y sobre todo ¿con qué cara piden dinero cuando llevan años abandonando sus deberes para con la defensa de la Fe en la Patria argentina? ¿Cuándo no lucharon contra el aborto? ¿Cuándo no lucharon contra la inmoralidad en la enseñanza pública? ¿Cuándo cobardemente prefieren el diálogo con el diablo a la defensa de Cristo rey? ¿Cuándo celebran pésimamente el santo sacrificio de la Misa? ¿Con qué cara vienen a pedir a la feligresía? Es justamente al revés.

Cuando juré a la bandera, hace ya muchos años, recuerdo que el rector de mi escuela nos dijo que si no cumplíamos con defender la Bandera Nacional “Dios y la Patria nos lo demanden”. Los obispos, como sucesores de los apóstoles, príncipes de la Ciudad eterna; Deben obrar conforme a los intereses de la Cruz de Cristo, bandera del reino de Dios. Si no, “Que Cristo y la Patria celestial se los demanden”.

San Rafael Arcángel
Ora pro nobis.