sábado, 31 de diciembre de 2022

El Papa ha muerto

 

 

 Le respondió su amo: Muy bien, siervo bueno, siervo diligente y leal; ya que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho; ven a tomar parte en el gozo de tu señor.”.
Evangelio según San Mateo XXV, 21.

 

In paradisum deducant te angeli; in tuo adventu suscipiant te martyres, et perducant te in civitatem sanctam Jerusalem. Chorus angelorum te suscipiat, et cum Lazaro quondam paupere æternam habeas requiem.

Antífona de la Misa de Réquiem.

S.S Benedicto XVI
En el siglo, Joseph Aloisius Ratzinger.
Arzobispo de Múnich y Frisinga
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe
Decano del Colegio Cardenalicio
Cardenal de la Santa Iglesia Romana
Sumo Pontífice de la Iglesia Católica

 

Un siervo humilde en la viña del Señor.
Descanse en paz.

lunes, 26 de diciembre de 2022

Reflexiones para el día después de Navidad

 

 ¿Adónde iré que me sustraiga a tu espíritu,
adonde huiré de tu rostro?
Si subiere al cielo, allí estás Tú;
si bajare al abismo, Tú estás presente”
.
Salmo CXXXVIII/CXXXIX, 7-8.

Habiendo llegado a los últimos días de diciembre he pensado que debería escribir un breve artículo después de meses de silencio. Aprovechando, como me dijo un santo sacerdote una vez, sobre estas fechas, que parecen ser las que “más despiertan los sentimientos religiosos”. Algo tendría que decir a los lectores que aún permanecen en esta humilde bitácora.

El año 2022 ya está terminando, no quedan más de un par de días y luego vendrán las fiestas de Año Nuevo, correrá el 2023 y nos volveremos a encontrar otra vez con los últimos días de diciembre y la rapidez con las que nos envuelven las fiestas, para volver a empezar otra vez y en eso se va la vida. Sin duda, es Cronos que se devora a sus hijos, apenas estos nacen, ¿verdad? Si así fuera, nuestra vida sería una tortura insufrible, si nos sentamos a pensar que simplemente el pasar de los días es un eterno fluir sin sentido, y nosotros le agregamos un calendario según las estaciones solo para darnos la ilusión de diferencias, días especiales, etc.

Eso me recuerda a mis clases de filosofía en la ciudad de La Plata, cuando tratamos sobre los existencialistas. La trama profunda de la novela La Nausée (“La Náusea”) del filósofo Jean-Paul Sartre (1905-1980) era aterradora: La marcha de los días simplemente no tiene sentido, y ponernos a meditar sobre esto terminará en una angustia incurable que podríamos llamar infierno. Si no me falla la memoria, cuando termino esa clase (dada por un magistral profesor) los compañeros del curso salimos pálidos del aula. Cuestionándonos el sentido de nuestra propia vida.

Felicito al profesor por habernos presentado tan bien la angustiante concepción de la existencia de Sartre, angustia que me acompaño (y a veces me acompaña) toda la tarde de aquel día. Pero, pasadas las horas, tuve que visitar a un sacerdote muy querido mío, y mientras conversábamos sobre bueyes perdidos le presente este asunto que me preocupaba sobre existencia y tiempo. Su respuesta fue simple y suficiente (¡gracias a Dios!), para disiparme todas las dudas: “Nosotros somos cristianos, no tenemos ese problema que tiene Sartre”.

¡Y qué razón tenía! Porque la cuestión de la existencia, el sentido de la vida o el sentido de la historia, llámenlo como quieran, los cristianos lo hemos resuelto ya hace muchos siglos. Como reconoció el escritor Jorge Lozano Hernández (1951-2021) en su libro “El Discurso Histórico” (1994) respecto al cristianismo: “ha sido visto como una ruptura, una revolución en la mentalidad histórica. Dando a la historia tres puntos fijos –la creación, inicio absoluto de la historia; la encarnación, inicio de la historia cristiana y de la historia de la salvación; el juicio universal, fin de la historia-, el cristianismo habría sustituido a las concepciones antiguas de un tiempo circular la noción de un tiempo lineal, habría orientado la historia y la habría dado un sentido” (op. cit. Pág. 34).

La ventaja del cristiano sobre el “sartriano” es la conciencia de una partida desde un comienzo, y de la existencia de un final; No a un constante reinicio o a una historia cíclica, sino que todo comienza con Creador al que “han de volver todos los vivientes” (Salmo LXIV/LXV, 3) y no hay una marcha de la nada hacia la nada.

Bajo esta cosmovisión la vida cristiana es esperanzadora, por encima de las demás concepciones de la vida, sean estas religiosas o filosóficas si se quiere. Ni la lucha de clases del marxismo (intento fallido de darle sentido a la historia) o el “individuo libre en el progreso indefinido” de los positivistas es verdaderamente señor de su historia. Porque la Historia (con “H” grande) es el camino de los hombres a la eternidad, ya sea en amistad con Dios, o enemistad con Él.

El mes de diciembres es perfecto para reconsiderar estas cosas, para aquellos que no son cristianos (a quienes la gracia divina tocara el corazón algún día) como también para los que somos cristianos, a quienes el mundo moderno ahoga con veneno día a día con el fin de obligarnos a perder nuestra obligación de ser “sal de la tierra” y “luz del mundo” (San Mateo V, 13-14) para volvernos más del montón y perdernos así. “Entrad por la puerta angosta, porque la puerta ancha y el camino espacioso son los que conducen a la perdición” (San Mateo VII, 13) nos dijo el Señor muchos siglos atrás para recordarnos a qué vinimos a este mundo temporal. Nuevamente, volvemos a recordar al tiempo, que es efímero y finito, con principio y fin; el titán Cronos que se come a sus hijos. Los cristianos no tenemos por padre a Cronos, sino al Dios verdadero, que no devora a sus hijos por miedo a que le arrebaten el trono, sino que entrega a su propio Hijo para liberarnos a nosotros, los esclavos de otro dueño, y una vez libres podamos acceder a su trono (II Timoteo II, 11-12).


El precio de la libertad cristiana se encuentra en la sangre del Niño nacido en Belén. ¿Cómo agradecemos los cristianos modernos ese regalo? ¿Nos hemos puesto a pensar como celebramos la Navidad? La fiesta, en el sentido clásico del término, es una acción de gracias a los dioses por el orden de las cosas (pueden leer de esto en Una teoría de la fiesta, de Josef Pieper). Con más razón, los cristianos, que no adoramos al sol, a las ranas o al barro como los paganos, sino al verdadero Dios, deberíamos celebrarlo en acción de gracias.

Pero ¿Cómo celebramos la Navidad en “la cultura occidental y cristiana”? ¿En qué se ha convertido la fiesta del nacimiento del Señor? Nada más que una fiesta sentimentalista, consumismo exacerbado y falsa esperanza. Lo primero y lo segundo ya sabemos, lo vemos a diario en estas fechas (las compras, los adornos, las luces y películas y más películas de Papa Noel y de familias que cenan juntas, y todos abren los regalos a la mañana del 25 y así…) pero ¿falsa esperanza? ¿Por qué? Porque la razón de la Navidad no es ni los regalos, ni la cena a la noche, ni siquiera la familia unida; eso es totalmente accidental, la esencia de Navidad es Jesús que nace para salvar a los hombres. Esa es la verdadera esperanza de Nochebuena, la noticia de que “hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo, el Señor nuestro” (San Lucas II, 11). Y si reconsideramos esto, comprenderemos por qué tenía más sentido para un ermitaño del siglo V, recluirse en su cueva, rezando ante un icono del nacimiento de Cristo, que en una gran mesa, con todo tipo de comidas deliciosas brindando, sacándose fotos, grabando videos y abriendo pilas de regalos como en las películas estadounidenses.

Tal vez exagero con el ejemplo, pero es porque quiero dar a entender esta idea del sentido diferente que tiene (o debe tener) el cristiano respecto al tiempo que vive. Es decir, si la Navidad es reducida a una cena familiar con regalos, asado y budines, y copa tras copa de vino, sidra y cerveza para tener dolor de estómago a la mañana siguiente, ¿en qué nos diferenciamos de los demás? ¿De aquellos que no creen o dejaron de creer? ¿Esa es la celebración cristiana de la Navidad? No parece.

¿Entonces se cancela la cena? No, solo se le pone en su respectivo lugar dentro de la fiesta, respetando su orden de valor y jerarquía, ¿lo olvidan? Una fiesta es una acción de gracias a la divinidad por el orden del cosmos. ¿Vamos a la iglesia entonces? Pues sí, cuando un niño nace, su familia va a verlo al hospital, a su lugar de nacimiento. Similarmente, ocurre en el Evangelio, san Mateo narra la llegada de los Reyes Magos (capítulo II) y san Lucas como los pastores dejaron sus rebaños (capítulo II) para ver al Niño en Belén. ¿Basta entonces con ir a la Misa del Gallo para celebrar la Navidad? No, y no se malentienda, como católicos tenemos la obligación de ir a la santa Misa los días de precepto, pero también debemos vivirlo en el día a día, como ya dije más arriba, ser “sal y luz del mundo”, no simplemente cumplir una reunión semanal de un grupo de autoayuda (bien sabemos que la Misa no es eso). Si no de recibir la gracia divina y vivirla día a día, aun cuando caemos en pecado Dios siempre nos vuelve a levantar, si tenemos la voluntad de pedirle ayuda, y así verdaderamente habremos celebrado la Navidad

El mundo de hoy perdió la verdadera esperanza de la Navidad, porque se embriagó con la falsa y rechaza siquiera recordar la verdadera, aunque sea por mera tradición cultural (ni hablemos de convicción real) basta con esta noticia sobre la Escandinavia protestante, que es supuestamente parte de la “civilización occidental y cristiana”, países con monarquías confesionales e iglesias de estado, cuyos ministros son funcionarios públicos, países fundados bajo la cristianización de Europa, nacidos de la sangre de misioneros y mártires, allí ya no se puede decir “Navidad”, porque una vez que “la sal pierde su sabor, ¿con qué se vuelve a salar? Ya no sirve, sino para ser arrojada y pisada de las gentes” (San Mateo V, 13). Por ello, debemos siempre recordar lo que nos pide el Evangelio, no por miedo, sino por amor, y en el amor verdadero; en el orden verdadero con el que Dios dispuso la Historia, así podremos contemplar a Aquel que se hizo hombre por nuestra salvación, y entonces como los pastores en Belén, “glorificaremos y alabaremos a Dios por todo lo que habíamos oído y visto” (San Lucas II, 20).


domingo, 25 de diciembre de 2022

Feliz Navidad

 


Dios nuestro, que cada año nos alegras con la festividad  llena de esperanza de nuestra redención, concédenos que así como ahora acogemos a tu Hijo llenos de júbilo como redentor, así también lo recibamos llenos de confianza cuando vuelva como juez. Por Jesucristo nuestro Señor, tu Hijo. Amen.

 

Oración de las I Vísperas de la Natividad del Señor.
Del Breviarium moderno o Liturgia de las Horas.

sábado, 4 de junio de 2022

Pentecostés

 

Pentecostés, de Acisclo Antonio Palomino de Castro y Velasco
(1 de diciembre de 1655 - 12 de agosto de 1726)


Veni, Sancte Spiritus,
Et emitte caelitus
Lucis tuae radium.
Amen. Alleluia.