lunes, 29 de junio de 2020

El deber del patriarca



Un buen amigo, Herni Hafer, se ha animado a escribir un artículo para darle a mi blog una nueva entrada en estos tiempos de sequía de mi parte. Sequía que prometemos arreglar, con ayuda del buen san Elías y san Agustín de Hipona, y así tener nuevas actualizaciones en esta pobre bitácora.

Mi germanófilo amigo Henri, nos regala su breve reflexión sobre el sagrado deber de ser padre. Tarea ardua y santa, que es reflejo del cuidado de Dios a la humanidad, como un padre que nos ama. En el Antiguo Testamento, Dios es tratado como “Padre de Israel” (Salmo CXIII, 13; Oseas XI, 1-4), y en el Nuevo, nuestro Señor Jesucristo nos presenta a Dios como Padre de nosotros, sus hijos por adopción, gracias a Cristo (San Juan XX, 17; Efesios I, 5).

Ser padre, entonces, como reflejo de la providente mano de Dios a la creación, es una obligación seria para el hombre. El varón está llamado a ejercer su paternidad, sea espiritual (el sacerdocio) o carnal (padre de familia). Esta misión hay que tomarla con seriedad, sobre todo en estos periodos de crisis de civilización, en el que las instituciones defensoras del orden cristiano (la Iglesia, las Fuerzas Armadas y la familia) son atacadas por hordas de enemigos satánicos al servicio del Caos.

Espero entonces, que el artículo del buen amigo Henri, sea de utilidad para los lectores. Henri habla de la experiencia, porque tiene el privilegio de ser padre, y lo lleva con hombría entre las dificultades de la vida moderna. Sin más que decir, disfruten el escrito.

Desafíos Paternales
Por Henri Hafer

Los tiempos actuales exigen que cualquier católico con una mínima formación, pueda inculcar amor a Dios, amor a la familia, amor a su tierra. Eso, en la teoría, puede ser sin lugar a dudas, realizable en un alto porcentaje.

Claro, eso sin tener en cuenta la exigencia de ser PADRE. Y en esto me quiero detener un poco.

Esta detención no va a enumerar las claras obligaciones de cualquier padre (o al menos del que se digne de hacer honor de tal mayúscula tarea) sino que pretende dar luz a los desafíos de llevar ambas tareas en diversos escenarios “modernos”.

Si bien siempre se “aconseja” casarse con mujeres católicas y bien formadas doctrinalmente, es mucho más probable poder congeniar con mujeres católicas que solo recibieron los sacramentos más comunes. La diversidad de pensamientos entre los católicos hace que la división interna, haga más difícil una concepción más integral de las cuestiones litúrgicas entre los mismos fieles. Mientras más dividido el rebaño, más compleja es la “concordancia” entre ellos. Entonces, el católico termina por buscar “la futura mujer y madre de sus hijos, con la mejor concepción de Dios posible, incluso, aunque no sea católica”. Los polos opuestos se atraen, según dice el dicho, y así es en la mayoría de los casos. Alguien firme y rígido en la fe y en la vida, puede congeniar con alguien bueno, sin religiosidad aparente y con formas más laxas.

"Sagrada Familia del pajarito" - Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682)
Después de esta breve introducción, aquí regreso a la cuestión de la “paternidad”. He aquí el verdadero desafío de la vida. A la cual, un sacerdote tiene desde su formación sacerdotal, hasta sus últimos días en la tierra con sus fieles. Dentro del primer año de vida de un hijo (en el que no dice más que 1 o 2 palabras, empieza a caminar, y no tiene ni una concepción mínima del mundo que lo rodea)no se pueden notar ciertas cosas, pero mientras va creciendo, comienzan las disyuntivas filosóficas en la pareja, sobre que tipo de educación darle a ese hijo. Todo padre católico debe ser sabio como San Agustín, tolerante, bondadoso y paciente en guardar un segundo plano en la vida de nuestros hijos como el Santo Patrono Universal de la Iglesia, San José. Siempre la parte un poco más pesada de la crianza de los hijos, la debe portar la mujer. Entonces, ese protagonismo, debemos respetarlo siempre. Con respecto al “segundo plano del hombre”, no me refiero a restarle la importancia que un padre tiene, sino a hacer un trabajo desde el silencio. El padre es el que realmente enseña a cómo manejarse en la vida, y a veces, a comprender misterios que para un adolescente, son insondables (sobre todo si los hijos son varones). Un hombre con rasgos patriarcales, enseña y educa futuros patriarcas de buenas costumbres, la mejor fe posible y los mejores modales para dirigirse a sus pares. La figura de fortaleza, seguridad, sabiduría, exitoso, siempre va a ser la paterna. Por eso el varón católico debe ser un ser instruido y educado para saber transmitir eso mismo a sus hijos o hijas el día mañana. A ellos, les va a servir para saber tratar con las mujeres, y a ellas para saber que deben adecuarse a la seguridad del “paraguas patriarcal”.

“Gloriosos Patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, venid en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad”

Que la angustia y la dificultad, haga que busquemos a San Jose como nuestro mentor y ejemplo de vida. No dejemos que la modernidad, nos quite el protagonismo silencioso que los padres católicos tendremos siempre.

domingo, 28 de junio de 2020

Los pecados de los pecadores

El fariseo y el publicano - icono de autor desconocido

Debo decir, y no sin cierta vergüenza que, el blog a estado quieto en visitas y lecturas, debido sobre todo a que no he publicado casi nada durante todo el mes. El retraso correspondió a complicaciones de trabajo y tiempo que espero solucionar dentro de poco.

Por tanto, para no dejar el blog con una última entrada en la colaboración de don Pepe Botella (y otras publicaciones pendientes de distinguidos colaboradores) decidí pedir prestado un artículo (también prestado) de la gloriosa Infocaótica, que hace ya varios años parece haber pasado a mejor vida, que esperamos sea por poco tiempo como fue con Wanderer.

Sin más, espero sea una reflexión de utilidad el artículo siguiente.

(Infocaótica dixit):
Se ha dicho que “el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”. Tal parece la clave para entender este artículo en "elogio" de los grandes sinvergüenzas, pecadores con sentido del pecado, lo cual los diferencia de los auténticos sinvergüenzas. Por desgracia, se promueve hoy el consumo de la kasperina, una droga peligrosa que puede funcionar como verdadero opio de los pecadores.

Elogio de los grandes sinvergüenzas.
Por Jacinto Choza

Hace unos cuantos años que vengo notando en nuestra sociedad la falta de unos elementos claves para la buena forma psíquica de todos sus ciudadanos. Antes de que comenzase la floración literaria sobre los rasgos neuróticos de nuestro tiempo venía sintiendo una nostalgia imprecisa, que por fin he logrado saber a qué se refería: lo que nos faltan son grandes sinvergüenzas. Es lamentable, pero es así.
Si me dedico a escribir estas líneas es porque no se ha reconocido aún que los grandes sinvergüenzas han desempeñado en la historia un papel altamente benéfico. Digamos que escribo por una deuda de gratitud hacia ellos, por un «deber de justicia». Cuando faltan grandes sinvergüenzas, como es nuestro caso, la salud psíquica de los pueblos parece que se resiente de un modo alarmante.

Para no herir susceptibilidades, me voy a situar en el siglo XVI, que, sospecho, queda lo suficientemente lejano como para no desatar pasiones. Por ejemplo, una cuestión sucesoria puede tener tal efecto, pero si se trata de la sucesión de Felipe el Hermoso, cualquier contemporáneo podrá considerarla sin que se altere su ritmo cardíaco.
Pues bien, yo siento nostalgia de formidables sinvergüenzas como Lope de Vega y Felipe II. Fueron grandes sinvergüenzas y fueron inauténticos: mejor aún, en su inautenticidad estribaba su grandeza. De ninguno de ellos puede decirse que obrara siempre de acuerdo con sus convicciones más íntimas y sus más básicos principios, que es lo más definitorio de la actitud ética contemporánea llamada autenticidad.

Es grato, por demás, que nuestra época tributa culto a los hombres auténticos por serlo, pero es ingrato que deteste a otros por lo mismo. Si nos atenemos a lo que significa «ser auténticos», tanto como Che Guevara lo fue don Adolfo Hitler y el señor Faruk. No logro explicarme por qué, siendo tan democrática e igualitarista la sociedad contemporánea, goza con un culto tan arbitrariamente unilateral.

Felipe II - Sofonisba Anguissola (1535-1625)
Volvamos a nuestro siglo XVI. En él cabe admirar a Felipe II y a Lope de Vega porque eran inauténticos, y sobre todo, porque lo eran en ese aspecto tan trascendental de la vida de un hombre que es su relación con la mujer; mejor dicho, con las mujeres.
El magnífico Lope no abandonó el ejercicio de su ministerio sacerdotal porque lo creyera imprescindible para alcanzar la plenitud de esa madurez humana de la que tanto se habla hoy, o porque considerase que debía comportarse así en virtud de sus principios básicos. No señor. El gran Lope abandonó su ministerio porque, descuidando el fervor por el que mantenía la vista alzada al cielo, la dejó resbalar hacia la tierra, y comprobó que el animal racional femenino continuaba siendo una criatura fascinante.

Efectivamente, las mujeres pueden contarse entre las criaturas más hermosas de la tierra —sobre todo algunas— y sólo su belleza hace comprensible muchas locuras, a condición de que realmente la posean. Lope era un apasionado de la belleza y era un hombre. Hubiera sido una falta de galantería, e incluso de virilidad, basar su conducta en otros principios que no fueran la belleza de sus damas. Lope, que era un hombre y un esteta, no tuvo necesidad de inventar ningún principio psicológico ni teológico: las amó, sencillamente, porque eran hermosas; y por ellas abandonó sus principios más íntimos y sus convicciones más básicas.

Felipe II es, con todo, el más genial de los grandes sinvergüenzas, y, por consiguiente, aquél hacia el que deberíamos dirigir nuestra gratitud en mayor medida. Lo entenderemos bien si lo relacionamos con su colega Enrique VIII de Inglaterra.
El rey Felipe no era un hombre tan seco y adusto como nos ha hecho creer Tiziano. Era amante de la buena mesa y del buen vino, tenía en su dormitorio un cuadro de las tres gracias, y disfrutó de las mujeres más hermosas. En esto no actuaba el rey Felipe según las convicciones más básicas y los más íntimos principios de su Serenísima Majestad Católica. No era auténtico; pero para resolver sus incongruencias se sometía al juicio y a las amonestaciones de un sencillo fraile que le absolvía de sus pecados.

Su colega Enrique VIII, tal vez porque contaba con más cortesanos y con menos damas, tuvo que exigir el beneplácito de toda una «Conferencia Episcopal» para disfrutar de una sola mujer lo que Felipe disfrutó de muchas, sometiéndose luego a las recriminaciones de un solo presbítero.

Retrato de Enrique VIII - Hans Holbein el Joven (1497-1543)
El bueno de Enrique no quiso obrar en contra de sus más íntimas convicciones y de sus más básicos principios —que eran, por lo demás, los de todos sus compatriotas—, y en aras de la «autenticidad», para evitar que sus deseos fueran deshonestos, convirtió en honesto lo que deseaba. Para ello tuvo que hacer pasar por entre las dos sábanas de su lecho las conciencias de todos sus compatriotas, pero la autenticidad lo exigía. Enrique no quiso ser un sinvergüenza inauténtico, y se convirtió en un auténtico sinvergüenza. Ahí empieza a deteriorarse la salud mental de un pueblo.

Que un hombre abandone sus principios básicos por una mujer, dejando los principios básicos donde estaban, es reprobable, pero dice bastante en favor de ese hombre —y mucho en favor de esa mujer—: ese hombre podrá volver a sus principios cuando quiera, porque seguirán estando donde los había dejado.

Que un hombre lleve consigo sus principios, haciéndolos cambiar con sus deseos, dice poco en favor de la mujer, a la que ya no se ama por una cuestión de belleza, sino por una cuestión de principios, y dice menos en favor del hombre: porque el que se lleva consigo sus propios principios, en lugar de abandonarlos, nunca podrá volver a donde los había dejado, sencillamente, porque ya no están en ninguna parte.
A partir de ese momento, seducir damas recién casadas o novicias, abandonar el ministerio sacerdotal por una mujer, o cobijar en el regio tálamo a un sinfín de ellas, es una vulgaridad al alcance de cualquier mediocre: sencillamente, porque las han «convertido» en acciones indiferentes.

Los grandes sinvergüenzas podían arriesgar su alma a sabiendas por una mujer hermosa, pero tenía que serlo en grado sumo; les cabía la posibilidad de condenarse por un acto arriesgado y voluntario, pero sobre todo, les cabía la posibilidad de arrepentirse. A los auténticos sinvergüenzas no les cabe más que condenarse por acciones vulgares, después de haberse cortado a sí mismos la retirada hacia el arrepentimiento.

Los grandes sinvergüenzas nunca pretendieron justificar sus acciones, pero todos las comprendemos. Para seducir a una fémina jamás necesitaron el apoyo de los teólogos salmantinos: se apoyaron exclusivamente en su galantería. Y en la aventura que ellos sabían reprobable y arriesgada brillaba el vigor de su carácter y el romanticismo de la gran pasión. Sabían que obraban mal, pero el arrepentimiento y la absolución tenían para sus almas un efecto tan saludable como un buen baño, un buen almuerzo y una buena siesta para sus cuerpos. Su salud psíquica era envidiable. Los auténticos sinvergüenzas han echado a perder la salud de los pueblos.

Una mujer hermosa hace comprensibles muchas locuras —dije—, pero no todas: hace comprensible que un hombre abandone sus principios, pero no que los borre. La supresión de los principios tiene la ventaja de que ya no es posible hacer el mal, pero tiene el inconveniente de que tampoco se puede hacer el bien. Si ninguna acción es reprobable, por el mismo motivo ninguna es enaltecible. La supresión de los principios es la supresión de las lealtades, y si nada se prescribe, ni siquiera el amor es meritorio: en el caso de Lope, esto significa que abandonar los principios por la mujer no es mejor ni peor que renunciar a la mujer por los principios. Cuando todo es indiferente, la vida de los hombres y de los pueblos se estanca en esa terrorífica enfermedad que es el aburrimiento puro, porque el heroísmo y el riesgo son ya imposibles.

Los grandes sinvergüenzas, con su inautenticidad, contribuyeron a mantener la salud psíquica de los pueblos. Nuestra gratitud hacia ellos es un «deber de justicia»: porque dejaron la verdad donde estaba, su autenticidad era virtud; su inautenticidad, pasión; sus amoríos, pecados; sus amadas, hermosas; su arrepentimiento, salvación; y su vida, una emocionante aventura que, al menos no dejaba resquicios para el hastío y la indiferencia.

____________________________________________

El original de Infocaótica está aquí.

jueves, 11 de junio de 2020

Nuestro pequeño Corpus Christi

"Procesión de Corpus Christi en Hofgastein", de Adolph Friedrich Erdmann (1815-1905)

Dice el refrán: “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”.

Himno
Adóro te, devóte, latens déitas,
quæ sub his figúris vere latitas.
Tibi se cor meum totum súbiicit,
quia te contémplans totum déficit.

Visus, tactus, gustus in te fállitur,
sed audítu solo tuto créditur;
credo quidquid dixit Dei Fílius:
nil hoc verbo veritátis vérius.

In Cruce latébat sola déitas,
at hic latet simul et humánitas;
ambo tamen credens atque cónfitens,
peto quod petívit latro pœnitens.

Plagas, sicut Thómas, non intúeor,
Deum tamen meum te confíteor;
fac me tibi semper magis crédere,
in te spem habére, te dilígere.

O memoriále mortis Dómini!
Panis vivus, vitam præstans hómini;
præsta meæ menti de te vívere,
et te illi semper dulce sápere.

Pie pellicáne, Iesu Dómine,
me immúndum munda tuo sánguine:
cuius una stilla salvum fácere
totum mundum quit ab omni sælere.

Iesu, quem velátum nunc aspício,
oro, fiat illud quod tam sítio;
ut te reveláta cernens fácie,
visu sim beátus tuæ gloriæ.Amen.

¡Feliz Corpus Christi a todos vosotros!


lunes, 8 de junio de 2020

Esa Hermosa Aventura



Una de las experiencias más hermosas que tuve durante mis veinte, fue cuando pude conocer la Santa Misa de san Pio V. Por aquellos años yo vivía en La Plata y tenía trato frecuente con clérigos de las más variadas clases y modernas terminologías (“neocon”, “progre”, “tradi”, etc.). A varios años de esos días, pienso que desperdicie mucho el trato con ellos por prejuicios de posturas ideológicas mías, pudiendo valorar más a las personas por sus acciones, independiente de sus posturas e ideas.

En aquel tiempo, durante las tardes de domingo, yo solía salir de mi casa a las cinco de la tarde, y dirigirme a la esquina de mi barrio, donde luego de un par de minutos un amigo pasaba a buscarme con su auto, y entonces rezabamos el rosario rumbo a la parroquia donde podía participar de la Misa de siempre. La iglesia no era particularmente antigua, salvo quizás sus estatuas del Sagrado Corazón y de Santa Ana. El templo fue construido en los tiempos en que la nueva Liturgia ya estaba instaurada en la Iglesia Católica, y no se hablaba más de la antigua. Sin embargo, el cura párroco, un hombre muy apostólico, logro con empeño y dedicación, revivir la Misa tradicional en aquel barrio platense.

Como fiel laico observe el rito varios domingos, enamorándome cada día más de aquella belleza nova et vetera (nueva y antigua). Al año siguiente me aventuré en Semana Santa a servir en el altar como acolito. Así mi amor por la liturgia creció aún más, y a pesar de ser ya casi un adulto, subir al altar era volver a ser niño. Eso quizás es lo que quiere decir el autor en el Salmo XLIII; Et introibo ad altare Dei: ad Deum qui lætificat juventutem meam (Y me acercaré al altar de Dios, al Dios que llena de alegría mi juventud). Salmo que es con el que comienza la santa Misa del antiguo Rito romano.

Hoy mi amigo Pepe Botella, de quien tengo inestimable aprecio, me comparte su testimonio como acólito de la Misa tradicional. El buen Pepe Botella se ganó este apodo imperial, como en su momento José I Bonaparte, por su excelente gusto por los buenos vinos. Aunque a diferencia del francés que ocupo el trono de España entre 1808 y 1813, mi buen amigo es un católico íntegro y con ideales más nobles.

Él y yo compartimos el amor por la Santa Misa, y ambos tenemos la misma experiencia de sentirnos nuevamente niños jugando al estar en el altar de Dios, quisiera compartir el testimonio que me paso de su primera vez como acólito en una capilla perteneciente a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.

Espero que este testimonio sea una refrescante brisa para los buenos cristianos que ayudan en los altares, ansiosos de que termine el encierro para poder volver al oficio de ángeles: ser acólito de la santa Misa.

Y muy feliz Domingo de la Santísima Trinidad.

Mi experiencia
Por Pepe Botella.

En este breve relato pero lleno de entusiasmo, voy a comentarles mí experiencia personal siendo (por primera vez) monaguillo en la Santa Misa Tridentina.

Siempre me había llamado la atención el ayudar en el altar al sacerdote oficiando Misa, es más, veía varios videos y quedaba totalmente emocionado por la reverencia de los ayudantes (o acólitos), la coordinación, el “trabajo en equipo” si lo podemos llamar así. Todo era extremadamente cuidadoso, cada paso que daban era un paso de reverencia y prontitud.

Hace exactamente un año, pude conocer este tesoro de la Santa Misa Tradicional, y cabe la casualidad que saliendo de Misa, se me acerca el sacerdote y me pregunta: “¿Querés formar parte de los acólitos? Dale, inténtalo” No sabía qué decir, solamente solté un enérgico y ansioso “¡Claro, sería un honor, ¿cuándo comenzamos a practicar?”. Fue entonces en ese momento que mi vida espiritual tomó un giro maravilloso del cual doy gracias a Nuestro Señor por permitirme estar más cerca de lo que es el Santo Sacrificio del altar, y más aún: Ayudando.


El día llegó, estaba listo, los nervios me comían por dentro. Yo pensaba que me iba a equivocar en todo, que iba a hacer las cosas mal, pues resulta que sí, pero de eso se trataba; de equivocarme y que me corrijan para no volver a hacerlo. Era el momento de estar en sacristía, admirando el silencio mientras el sacerdote se revestía de sus ornamentos sagrados mientras recitaba en voz baja las oraciones respectivas. Tomo agua bendita y toco la campanilla, vamos en procesión hacia el altar... Mi corazón latía con mucha fuerza al verme cumpliendo con algo que tanto anhelaba, ¡estaba de rodillas frente al altar mientras se recitaba el Salmo 42: “Et introibo ad altare Dei”.

El momento más importante de la Santa Misa llegó: La consagración. ¡Qué momento que estremece a cualquier corazón! Y yo estaba allí, donde creí que nunca iba a estar, a tan solo centímetros del sacerdote consagrando. Sin dudas algunas, es una experiencia que no me olvidaré jamás y que lo recordaré siempre con gran amor y cariño. Al día de hoy, sigo acolitando y hasta podría decir que “me peleo” por acolitar los domingos. Si bien tengo muchísimas cosas por aprender, sé que con el tiempo y la Gracia de Dios, iré adquiriendo más conocimientos.

Con este pequeño relato personal, quiero animar a cada hombre a unirse a este santo servicio del altar, todo aquel que tenga la posibilidad de asistir a la Santa Misa tradicional. Y aquel que ya lo hace, sabrá con exactitud de qué les estoy hablando al relatar estas breves lineas.

Ad maiórem Dei glóriam
Para la mayor gloria de Dios



sábado, 6 de junio de 2020

La pequeña Cristiandad domestica


"Sagrada Familia del pajarito" - Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682)
Estos días he recibido muchos artículos de parte de amigos interesados en colaborar con esta pobre bitácora; Muchos de estos los publicaré conforme pasen los días. Otros los guardo para futuras apariciones con los arreglos de último minuto del autor original.

El día de hoy recibí en mi correo, un escrito de mi amigo Nikolai (quien no oculta sus preferencias bizantinas). Este caballero, de quien tengo un inmedible aprecio, tiene la gracia de ser padre de un maravilloso niño, y comparte está misión con su bendita esposa.

Mis respetos al buen Nikolai por su audacia de escribir estando muy ocupado con su vida familiar. Estando la situación del país, en economía especialmente, muy difícil para las familias jóvenes. Pero Nikolai, como varón de noble actuar, lo lleva sacrificadamente y poniendo su confianza en la siempre generosa Divina Providencia.
Nikolai nos trae lo que yo defino como “Cristiandad domestica”. Él prefirió hablar de la trasmisión de la virtud en la familia cristiana. Es en el hogar donde conocemos las cosas más importantes para el resto de nuestras vidas: el amor, la fe y las virtudes.

En los actuales ataques contra la familia, solo hay un odio satánico contra su misión de transmisora de amor. Para enfrentarse a esas hordas de impíos enemigos solo hay que reforzar el calor del hogar y su amor cristiano. Solo así el demonio será humillado nuevamente, como lo fue en la primera Navidad por la humilde familia de Nazaret.

Agradezco al buen Nikolai por su artículo y espero lo disfruten los lectores.

La Virtud como tradición familiar

“Y estos mandamientos, que yo te doy en este día, estarán estampados en tu corazón. Y los enseñarás a tus hijos, y en ellos meditarás sentado en tu casa, andando de viaje, al acostarte y al levantarte”.
Deuteronomio 6:6-7

Muchos autores contrarrevolucionarios del siglo pasado han denunciado públicamente sobre los errores de la globalización y los comienzos de un gobierno mundial. Insistieron en que era el espíritu de la familia en el hogar, la sociedad y el Estado lo que podía proporcionar la mayor resistencia a la conspiración anticristiana.
En un matrimonio católico, los cónyuges tienen los mismos antecedentes de fe y formación.

En un matrimonio católico, los cónyuges tienen los mismos antecedentes de fe y formación
La solución para evitar la introducción de leyes contrarias a la institución de la familia, junto con una acción pública vital, es imbuir a los propios niños de las tradiciones familiares. Entonces, mientras estas buenas tradiciones perduren, esos actos legislativos siempre encontrarán una resistencia saludable.

Como católicos que somos no podemos dejarnos sobrepasar por leyes inicuas, nuestro deber es revivir, resistir con la familia que lo rodea; ese debe ser el cuartel donde refugiarse y desde ahí brindar batalla a la sociedad anticristiana que nos rodea. Al hacer esto, hará el mayor bien posible para su propia familia y, al mismo tiempo, se preparará para la renovación de la sociedad.

Transmitiendo tradiciones familiares

Un padre exhortando en la virtud a su hijo
Hoy estamos presenciando indiferentemente eventos que habrían indignado a los pueblos más bárbaros de la antigüedad pagana. En las escuelas, donde a los niños se les enseñaba a conocer, amar y glorificar a Dios, ahora se forman, por acción u omisión, personas sin religión y sin moral.

¿Por qué esta indiferencia? Proviene del hecho de que las ideas claras y los principios bien establecidos ya no existen en la mente de las personas. Fueron reemplazados por ideas vagas y fluctuantes, incapaces de inflamar corazones.

¿Y por qué fluctúan las ideas en nuestros días? Debido a que las ideas y principios de la matriz no fueron impresos en las almas de los niños por sus padres, quienes recibieron esas ideas de sus abuelos, quienes a su vez fueron imbuidos de estas verdades por sus antepasados. En resumen, porque las familias de hoy ya no tienen tradición.
Hubo una vez una idea generalizada, una idea casi religiosa, asociada con la expresión tradiciones familiares , entendida en su mejor sentido, que designaba una herencia de verdades y virtudes, en cuyo seno se formaron personajes que forjaron la larga vida y la grandeza de una casa.

Hoy esa expresión no significa nada para las generaciones más jóvenes. Surgen un día para desaparecer al siguiente, sin haber recibido o dejado atrás ese conjunto de recuerdos y afectos, principios y costumbres, que en tiempos pasados pasaban de padres a hijos y les daban a las familias que eran fieles a ellos la posibilidad de crecer en sociedad. Cada familia que tiene tradiciones generalmente se las debe a uno de sus antepasados, en quien el sentimiento del bien era más fuerte que en el hombre común y tenía la sabiduría y la voluntad de inculcar esto a su familia.

Virtud familiar

"La verdad es buena", dice Aristóteles. Una familia en la que los hombres virtuosos se suceden es una familia de hombres buenos. Esta sucesión de virtudes tiene lugar cuando la familia regresa a una fuente buena y honesta, porque un buen principio produce cosas similares a sí misma. Por lo tanto, cuando hay un hombre en una familia tan identificado con el bien que su bondad se comunica a su descendencia durante muchas generaciones, de este hombre se deriva necesariamente una familia virtuosa.

Cualquier hombre que quiera formar una familia virtuosa debe ser persuadido de que su deber no está limitado, como Rousseau finge falsamente, a satisfacer las necesidades físicas de sus hijos cuando son demasiado pequeños para mantenerse. También debería darles una formación intelectual, moral y religiosa.

Los animales tienen fortalezas y recursos para satisfacer las necesidades corporales de sus crías, y esto es suficiente para ellos. Pero el niño, un ser moral, tiene muchas otras necesidades, y es por eso que Dios le dio a los padres no solo fortaleza, sino también la autoridad para educar la voluntad de sus hijos y hacerlos entrar, permanecer y progresar en el camino del bien. Dios quería que esa autoridad fuera permanente porque el progreso moral es el trabajo de toda una vida.

Según los diseños de la Divina Providencia, el progreso debe desarrollarse y crecer con la edad y, por lo tanto, es necesario que la familia humana no sea eliminada en cada generación. Los lazos familiares deben subsistir entre los que ya fallecieron y los que viven, entrelazando a todos los descendientes de una dinastía vigorosa.



viernes, 5 de junio de 2020

Saludable Comparación

"La Peste de Roma" de Jules-Élie Delaunay (1828-1891) 

“Nada es nuevo en este mundo, ni puede nadie decir: He aquí una cosa nueva, porque ya existió en los siglos anteriores a nosotros”
Eclesiastés I, 9.

Mi querido amigo Roberto Morfani (cualquier similitud con el difunto Roberto H. Marfany solo es una conveniente coincidencia), nos deleitó el pasado mes de mayo con un interesante articulo sobre los sucesos de la Primera Junta de Gobierno y las complicaciones interpretativas que la historiografía posterior ha presentado en relación a ella.

Convencidos como estamos, y como lo dije antes, que la historia es maestra de vida, compartimos este artículo del buen Morfani, en relación a la actual peste china y su analogía con la peste negra. Analogía que ya hemos hecho nosotros pero en relación a como la Iglesia reacciono en aquellos tiempos (rogando a Dios por piedad) y en nuestros días (rogando a los fieles obediencia ciega a los gobiernos del mundo).

“Nihil novum sub sole” (“no hay nada nuevo bajo el sol”) es una antigua frase de reminiscencias bíblicas, que quizás si nos estamos atentos, hoy en día tenga más razón, que cuando el rey Salomón la escribió en el libro del Eclesiastés.
Le deseamos a nuestros lectores, que disfruten este artículo.

Comentarios sobre la Peste Negra

 “Todo aquel que desee saber qué ocurrirá, debe examinar qué ha ocurrido; todas las cosas de este mundo, en cualquier época, tienen su réplica en la antigüedad”.
Nicolás Maquiavelo, Discorsi



No somos parte del comité de “expertos” que asesora al Gobierno de científicos de Alberto, como el Dr. Cahn, que hoy es un prestigioso infectólogo, ayer solamente regenteaba abortorios privados con financiación internacional. Nosotros simplemente comentamos un poco los históricos sucesos. Al respecto de la peste, es decir, la Gran Peste del siglo XIV, hoy queríamos hacer algunos comentarios sugerentes. Tal vez simplemente sean la excusa para traer a colación un pequeño texto del antiguo maestro Jacques Heers.

En algún momento de esta larga cuarentena, escuchamos a algún periodista hacer referencia a la Peste Negra, intentando compararla con la actual pandemia. La situación, por lo que se verá, no es tan sencilla de establecer, aunque cuando uno considera el nivel de nuestros periodistas, entiende que se tome todo a la ligera.

Por lo pronto, hay que establecer un hecho, podemos decir fáctico: las pestes matan. No dejan títere con cabeza, no hacen diferencias de clase. Eso tal vez fue la mayor diferencia con la situación actual: parece que el COVID-19 no se mete con políticos ni gremialistas: ¿Es normal este doble flagelo: digo, virulencia de los gérmenes y permanencia de la clase dirigente? ¿o estamos alentando teorías de conspiración? Bueno, dejemos asentado el hecho para los críticos. Hablemos simplemente de historia. La Gran Peste, se limpiaba a todo el que iba pasando. Nos ha llegado un ejemplo de esto en esto que estamos diciendo, en la llamada “Danza de la muerte”. Esas obras teatrales o pictóricas que representaban a la Parca haciendo una ronda con reyes, príncipes, caballeros y mendigos. La muerte no hace diferencia cuando se trata de segar vidas por medio de la enfermedad. Esto era hasta ahora. En la actualidad, podemos decir: La Danza de la muerte, salvo que puedas atenderte en el Otamendi, como el viejo Ginés González García, el gran forro (no es un insulto, le decimos así porque su gran obra ministerial durante el gobierno de extinto Néstor, fue ponerle un condón al Obelisco de la 9 de Julio). Esta es una peste rara señores, al menos no como las antiguas…

Sigamos al historiador *:
“La gran epidemia de 1348 – 1349, llamada normalmente la Gran Peste o la Peste Negra, fue sin duda la mayor catástrofe sufrida por el Occidente cristiano. Procedente de Oriente, fue introducida por los marineros genoveses en Sicilia y en Toscana y rápidamente alcanzó a la población mal preparada para esta nueva forma de enfermedad; pronto alcanzó al conjunto de Europa, incluidas Inglaterra, Alemania y Escandinavia. Azotó durante varios meses a las ciudades y regiones en las que había penetrado y, muy pronto, venció a los hombres enfermos.”

El marco geográfico permite comprender porqué se trató también de una “pandemia”. Considero que algunos amigos se enojan mucho con el empleo del término, pero no es tan problemático afirmarlo: en sentido estricto, el COVID-19 es una pandemia, porque trasciende fronteras. Y es una pandemia que a muchos gobiernos les ha servido como instrumento para sus perversos fines. Y tiene un origen oscuro. Y no es tan grave, como por ejemplo, como la del S. XIV, que es la intención de este artículo poner en evidencia. Pero sí, es una pandemia. Sigamos:

“Además, en 1348, la peste presentó una nueva forma, desconocida todavía en Occidente: la infección pulmonar, que evoluciona mucho más rápidamente y se transmite con gran rapidez a través del aire. De ahí el sorprendente avance del contagio y el elevado número de víctimas. Entonces, los hombres no conocían más remedio que el de aislar las casas afectadas y alejarse de las ciudades.

Bueno… A esto nos referimos con las comparaciones, que para algunos parecen cosas novedosas, y sin embargo, son cosas conocidas por la humanidad, aunque a veces no con la profundidad que quisiéramos… En este sentido, es curioso que en pleno siglo XXI, el mecanismo del aislamiento siga siendo el único efectivo, digo, pensando en los tan comentados avances de la Ciencia y del Estado Laico y el Gobierno de Científicos: usan recursos ya conocidos en el siglo XIV, que como toda maestra argentina sabe, era una época a-científica y dogmática. Ah bueno, y oler vinagre. Ese parece que es nuevo. Y nada más. No quiero cortar tanto el texto, creo que se comenta sólo:

“La brutalidad del ataque y el carácter mortal de la enfermedad, interpretada como un castigo de Dios, afectó profundamente a las gentes despertando en ellas un misticismo exacerbado o incluso llevándoles a ciertas prácticas supersticiosas o mágicas. Fue el momento de las grandes procesiones expiatorias; los flagelantes, grupos de penitentes especialmente numerosos en Alemania, recorrían los caminos y entraban en las ciudades, atrayendo a las multitudes con sus extrañas ceremonias: mortificaciones colectivas, danzas y cantos, éxtasis místicos. Estos flagelantes fueron también causa de muchos problemas y desórdenes; pues encendían la cólera de los pobres contra los extranjeros y los no cristianos, que eran juzgados como responsables de la situación. En Alemania, en Francia y en Cataluña, el pueblo masacró a los judíos, acusados incluso de haber envenenado los pozos.”

Cualquier parecido con cualquier cosa de lo que sea que se esté viviendo en el momento en que estás leyendo esto (este año 2020, es tan cambiante, que lo nuevo resulta viejo en un parpadeo), es patente. Pero se resume así, el miedo engendra violencia y se buscan  responsables. Si la fe es débil, también engendra todo tipo de supersticiones. La única diferencia, es que nosotros en el medio tuvimos un siglo con dos guerras y la “experiencia” política comunista, para lo cual, tal vez deberíamos tener un poco más de educación sobre el racismo o la xenofobia. Pero ya sabemos que no es así… ¿Por culpa de…?


Termina la referencia:

“Resulta absolutamente imposible dar cifras de las pérdidas humanas sufridas en Occidente. No obstante, existen muchos trabajos que permiten valorar la gravedad de la catástrofe y su carácter desigual. Sin duda, las ciudades acusaron más la enfermedad que las zonas rurales; y dentro de las ciudades, los barrios pobres, donde la densidad humana era de índice muy elevado y las condiciones higiénicas muy primitivas. En el campo, la peste afectó mayormente a las llanuras pobladas, quedando a salvo las zonas montañosas, donde se refugiaron gran número de ciudadanos. De todas formas, es admisible que algunas regiones aisladas quedaran al margen de la epidemia. En total, desapareció más de un tercio de la población; estimación que, si bien es aproximada, manifiesta claramente la gravedad del mal.”

Murió 1/3 de la población europea. Y el número incluía políticos y obispos. Cuando eso pase acá, hablaremos de la “gravedad” de la pandemia. O festejaremos, no sé, lo mismo da. Por lo pronto, seguiremos llamando la atención del oportunismo de algunos, que nos “cuidan” del virus, pero siguen profundizando otras crisis, que se repiten, año a año en el mundo, con sus muertos sin barbijo y, generalmente, en los grupos sociales más desfavorecidos, al tiempo que se siguen llenando sus ya gordos bolsillos, tanto el de la derecha como el de la izquierda.

Roberto H. Morfany

________________________________
*Jacques Heers: Historia de la Edad Media. Labor, España, 1979 (2°). Primera Parte, Capítulo XV, pp. 216-217.

lunes, 1 de junio de 2020

Caridad en el Exilio

"La Misa de la mañana", de Henri Pierre Léon Pharamond Blanchard (1805-1873).
“Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar 
con nostalgia de Sión.”
(Salmo CXXXVI,1)

Este domingo de Pentecostés fui temprano a mi iglesia parroquial, con esperanzas de que luego de meses de no poder adorar a Dios en su casa con los demás fieles cristianos, la participación del santo sacrificio de la Misa reanime el espíritu católico tanto en mí, como en mis parroquianos.

La decepción fue que al llegar a la iglesia, con frío y llovizna, encuentro un grupo minúsculo de 20 personas (en un recinto donde caben fácilmente 100), esperando a nuestro cura párroco para la Misa. Nunca llegó el clérigo, por tanto uno de los ministros decidió que simplemente leamos las lecturas del día, cantemos algunas canciones, recemos un poco y a la casa.

Mi decepción no fue tanto por no tener Misa o Comunión (no la hubo, ya que las llaves del Sagrario las tiene el cura), sino por como se perdió el amor a Dios en los últimos años. En mi pueblo, todos se declaran creyentes, por tanto supuse que, luego de semanas y semanas de no poder ir a rezar a la capilla, cuando porfin nos devolvieran la Misa sería un día de júbilo.  Pero esa mañana la iglesia se hallaba prácticamente vacía. 

Algunas veces pienso en las lecturas que hice de joven: las crónicas medievales, o del cristianismo antiguo, y aun en el testimonio de los ancianos con los que he tratado (en especial mis abuelos). En estos tres halló un común denominador en la importancia de la Fe en Dios.

En la Iglesia primitiva hallamos cientos de testimonios de la generosa entrega de aquellos que se llaman “cristianos”. Algunos llevados a la tortura, y otros a la muerte por no hacer cosas que hoy nos parecerían de poca importancia (¿morir por no querer decir que el César es un dios? ¡Vaya tontos!). Convencidos estaban de que su Dios era el verdadero y que los ídolos son solo piedras, ante las risas de sus vecinos paganos. Testimonios de ellos tenemos muchos en las Acta martyrum o en los registros de cada día del Martirologio Romano.

En la Edad Media, era la fe en el Dios creador y redentor, la que movía la educación, el arte, la política y aun el vivir de los hombres. Los edificios eran ricos en símbolos de Cristo o de historias sagradas, siendo las catedrales verdaderas bibliotecas de piedras. O la literatura, donde Dios estaba siempre presente, y no como mero recurso literarios sino como realidad objetiva. Los ritos de coronación, llenos de simbolismo, eran testamentos de obligaciones del monarca para con el verdadero Rey. En cuanto a los campesinos, su vida se regía por una cotidiana sobrenaturalidad, consientes de que Dios creo la tierra y sus almas, y que los proveía con sustento. Basta ver las bendiciones del antiguo Rituale Romanum para atestiguarlo. Un excelente libro para profundizar esto es “La Cristiandad y su cosmovisión” del R.P. Alfredo Sáenz, libro excelente por su erudición y sencillez.



“Interior de la cabaña holandesa con lectura de la Biblia familiar” 
de Herman Frederik Carel ten Kate (1822-1891)

Los ancianos con los que he tratado en mi adolescencia (en especial mis abuelos) me resumían su juventud como un viaje entre el centro familiar, al trabajo y los amigos terminando en la iglesia parroquial, y volviendo a empezar. Algunos me recordaban sus anécdotas de catequesis, otros con orgullo como su padre fue obrero en la construcción de su capilla barrial; Otros, con nostalgia santa, me contaban como su madre les enseño a rezar el rosario y a confiar en el Señor.

El mundo ha cambiado mucho en estos años (y siglos) si lo comparamos con los periodos históricos mencionados. Pareciera que, como decía el Señor en relación al fin de los tiempos, la caridad se enfriará (San Mateo XXIV,12). En la actualidad, salvo en algunas regiones del mundo, el martirio de los cristianos es más por una cruel indiferencia que por persecuciones sangrientas. La cultura occidental ya no respira el Evangelio, sino que lo ataca y ridiculiza obscenamente. Insulta aquello que fue el motor constructor del mismo Occidente. Y los modernos muestran tan poco aprecio por la sabiduría del pasado (la de los abuelos) que prefieren confiar en la inexperiencia de los jóvenes, en el gusto por la novedad y no en el sustancioso vino añejo.

El espíritu de amor a Dios, sin embargo, no murió (ni puede). Sopla desde siempre en los corazones humanos, y sopla con fuerza en aquellos que quieren recibir su brisa. La cuarentena que pasamos, una vez que termine traerá problemas económicos, políticos y también espirituales, a nivel nacional y mundial. Algunos analistas consideran un descenso importante en la feligresía cristiana.




¿Cómo culparlos? La Iglesia que debió invitar a la oración y la penitencia, rogar a Dios para que termine la peste, prefirió decir “Dios no castiga” (contrario a lo que es obvio en la Sagrada Escritura) y a que sus fieles obedezcan al gobierno de turno; Luego, durante la disminución de contagios, muchos fieles querían el consuelo de la Misa, sus pastores hicieron caso omiso, y algunos prácticamente se burlaron de ello.

Como castigo a esa negligencia, supongo que la asistencia a Misa bajará más de lo que ya es. Las enormes catedrales no se llenarán de hijos agradecidos con Dios por el fin de la pandemia, sino y con suerte, algunos pocos turistas.

La Iglesia católica, la de los verdaderos creyentes, se reducirá a un pequeño rebaño pero, recordando las palabras de san Atanasio, ellos serán la verdadera Iglesia de Cristo.