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"Cupido y Psique" de Julisa Cajilima |
En lo personal me
es difícil escribir del amor; Cualquiera diría que es algo muy abstracto como
para articularlo en palabras más o menos exactas, otros prefieren dejarlo en el
terreno de lo experiencial, y aunque este último ayuda más a la hora de querer
entenderlo también nos enfrenta a que la experiencia es subjetiva, y cada quien
dirá lo que crea correcto sea esto verdadero o no. Sin embargo, el amor no es
un “algo”, sino un “Alguien” y por la sagrada Escritura
sabemos de quién se trata. “Dios es amor”
(I Juan IV, 8) y quien ama, busca a Dios aun en el error de lo que cree
es el amor. Solo con la gracia divina y un corazón abierto a recibirla, Él que
es Amor puede guiarnos y comprender realmente el acto de amar.
Ahora bien, como
no soy un predicador ni mucho menos, quisiera compartir con ustedes, queridos
lectores, un breve sermón sobre el amor que me envió un admirado sacerdote muy
conocido por su fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica. Con él, en
otros tiempos, tuve conversaciones interesantes en las cuales descubrí que
había pocos temas en los que concordábamos, pero no por eso disminuyo mi admiración
y aprecio por su “corona de gloria” (Proverbios XVI, 31). Espero entonces que su
humilde colaboración sea bien recibida y resulte de utilidad para los queridos
lectores.
Algunas aclaraciones sobre el amor
Por Monseñor Miguel Antonio
Barriola
Nadie puede
ignorar lo fundamental y nuclear que es el amor en la vida humana. Sin él no
hay familia, amistad, comunidad. Es como el motor de la existencia y, por lo
mismo, se lo ha de cuidar extremadamente. Pero, no menos es frecuentemente
tratado de modo equivocado, subrayando su lado pasional, sensitivo, emocional.
Así, por ejemplo, los antiguos griegos, entre su multitud de dioses incluían a
Eros o Cupido, al que concebían como un angelito, con los ojos vendados, que
lanzaba sus flechas sin mirar al objetivo. O sea, dejando de lado un "blanco" bien definido, a donde disparar. Era
improvisación, falta de raciocinio, en fin, puro impulso emotivo.
Pero, también nos
encontramos con famosos personajes, como la gitana "Carmen", sobre la cual G. Bizet compuso una ópera de
bellísima música, pero con una trama desgarradora, la protagonista, en una
famosa "habanera", canta lo
siguiente: "El amor es hijo de
bohemios (gitanos), que jamás ha conocido leyes". O sea, que no puede
ser sometido a regulación alguna, ya que se lo supone anárquico, rebelde, que
nace de sentimientos y no de la razón.
Alexandre-César-Léopold Bizet, conocido como Georges Bizet (25 de octubre de 1838 - 3 de junio de 1875) Compositor de la opera Carmen. |
Y, en nuestros
tiempos, hubo una celebrada "diva",
que andando ya por su tercer divorcio, declaró con total desfachatez: "Yo soy discípula de San Agustín, que
dijo: 'Ama y haz lo que quieras' ". Olvidó la señora (o lo desconocía
por entero) el contexto total de la famosa frase del Santo Obispo de
Hipona, que subraya lo siguiente: “Si
está dentro de ti la raíz del amor, ninguna otra cosa, sino el bien, podrá
salir de tal raíz" (VIIª Homilía sobre la Iª Carta de San Juan).
Ahora bien: ¿Es
acaso "bueno" pasar de
novio en novio, de matrimonio en matrimonio, dejando tal vez hijos bajo la
división de padre y madre, peligrando su recta educación y estabilidad anímica?
En realidad, se puede constatar que tanto la palabra como la realidad, que
indica es una de las más llevadas y traídas, tanto, que se ha desgastado. A
cualquier cosa, llaman hoy amor.
Veamos ahora, en
cambio, qué nos manifiesta Dios mismo, por medio de sus Sagradas Escrituras, lo
que se entiende correctamente por amor:
"En esto podemos conocer que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios
y cumplimos sus mandamientos. Pues el amor de Dios consiste en guardar
sus mandamientos" (Iª Carta de San Juan 5, 2 - 3).
No se oponen,
pues, "amor y leyes" (como
cantaba "Carmen"), sino
que, si el amor surge de seres dotados de inteligencia, no puede verse
divorciado de lo razonable, que es señalado por caminos, sendas y mandamientos,
que identifican al amor genuino, diferenciándolo de sus simulacros.
Demos otro paso,
dentro de las características del verdadero amor, tal como lo describe San
Pablo, inspirado por Dios: "El amor
es paciente y bondadoso: no es envidioso, no es jactancioso ni orgulloso; es
decoroso; no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta al mal, no se
alegra de la injusticia, se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree.
Todo lo espera. Todo lo soporta" (Iª Carta a los Corintios 13, 4
- 7). No es, pues, puro idilio, regocijo y placer. Quien ama auténticamente es
consciente de los propios límites, así como de los que tiene la persona amada.
No es el novio o el marido un "Superman" sin defectos, ni la novia o
esposa una "superstar",
exenta de debilidades.
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"Cristo abrazando la cruz - Tipo I" del pintor Doménikos Theotokópoulos (1 de octubre de 1541 - 7 de abril de 1614) mas conocido como el Greco. |
El amor sólido no
se vive solo en "la luna de miel",
sino también cuando se va la miel, quedando solo la luna. Es decir: es
perseverante, comprensivo, tolera las falencias de la persona amada (marido,
mujer, padres, hijos, amigos, amigas), consciente de que también cada uno lleva
a cuestas sus propias limitaciones.
Dios es el ejemplo
máximo de todo amor. Ha creado al ser humano a su imagen y semejanza. Pero lo
hizo libre, responsable de sus actos, no una marioneta manejable a capricho.
Por lo mismo, tolera las traiciones, el pecado, que separa al hombre o mujer de
su amistad, esperando siempre, que se conviertan y regresen de sus desvíos. Es
como el padre, que espera sin cansarse, al hijo extraviado, que se fue de su
casa, dilapidándolo todo en una vida desordenada (Evangelio de San Lucas, 15,
11 - 24). Se podría ahondar todavía mucho en las características propias del
amor, pero quedémonos con otra lúcida y contundente definición de San Agustín: "Donde hay amor no hay trabajo, o el
mismo trabajo es amado". Quiere señalar, que el amor verdadero, no
está exento de dolores o problemas, como la mamá que cuida a su bebé enfermo, o
el papá, que trabaja duramente, para sostener a su familia, en fin el
mismo Jesucristo, crucificado por todos los pecados del mundo a través de la
historia y que lo hizo únicamente por amor hasta la muerte y muerte de
Cruz.