lunes, 14 de septiembre de 2020

La Inmortalidad del Libro

 

Cuando era niño tenía el gusto de “jugar” con la biblioteca que había en la casa de mis abuelos. Los libros me causaban admiración, su texto era misterio esperando ser desentrañado, sus fotos o ilustraciones eran ventanas a realidades lejanas como la Sabana africana o los palacios de la antigua Persia, o metafísicas inclusos (siendo así verdaderos iconos). Los libros, algunos ordenados en filas por nombres, otros por tema, y otros por estatura me maravillaban. 

Entre ellos había un librito al que mi abuela tenía especial cariño, y era la Biblia; una pequeña edición, adornada con un Sagrado Corazón en la tapa, y en la contratapa el bello Noli me tangere, de Antonio Allegri da Correggio (1489-1534). Mi abuelo, por su parte, tenía en la sala una pequeña mesa frente a los sillones, donde colocaba los libros que leía mientras tomaba el mate de la mañana o la copa de vino a la noche. Infaltables en esa mesa eran la guía telefónica, el diario, algunas vidas de santos o sus escritos, y tambien la Biblia, está un poco más grande que la de mi abuela.

Noli Me Tangere - Antonio Allegri da Correggio
(agosto de 1489 - 5 de marzo de 1534)

Aunque en esos años mi interés no era la lectura (me aburría profundamente) sino el escuchar y el ver,me gustaba apreciar la belleza de un buen libro. Escuchaba lo que mi abuela me leía, miraba las ilustraciones de esos libros. Tenía especial cariño por El Tesoro de la Juventud, aquella vieja enciclopedia juvenil de los años 20, publicada por la Editorial Grolier International, con colaboración de grandes intelectuales españoles e hispanoamericanos de entonces. Sus hermosas láminas e ilustraciones inspiraban mi imaginación infantil, y sus textos hicieron nacer mi curiosidad por la Historia y la literatura narrativa. 

Estos recuerdos me han hecho considerar sobre la sacralidad del libro. “La escritura es el comienzo de la cultura y la civilización”, me dijo hace muchos años una profesora de historia. La humanidad lo supo desde siempre; desde los primeros grabados en piedra hasta los excelentes códices medievales. Se ha plasmado con arte “aquello que debía ser escrito” para la posteridad, por eso conservamos los grandes volúmenes de la antigüedad con sumo cuidado en bibliotecas especializadas, no solo por su texto e historia, sino por su sacra belleza. 

Hombre leyendo con una candela - Matthias Stomer (1600 - 1650)

El libro tiene una sacralidad propia y atrayente, su cuadrada figura en sí, es seductora. No hablo de libros en particular, sino de el Libro como concepto general, como atrayente fuente de sabiduría o distracción, conocimiento o ignorancia. “El papel lo aguanta todo”, se dice en referencia a que pueden escribirse miles de mentiras y barbaridades, pero el papel lo aguantará en forma de libro (uno triste pero libro al fin). Un libro puede tener musas cantando poesía como descripciones de los más bajos crímenes, importantes volúmenes de historia o patéticos intentos de filosofía. Un arma de doble filo, ya que con ella puede transmitirse verdad pura o error maligno, o aún más peligroso, ambas cosas en medidas distintas. Los malignos pueden olvidarse en la biblioteca sin problema, salvo cuando haya que consultarlos por alguna cuestión. Los buenos, aquellos que transmiten bien, verdad y belleza; siempre deben estar presentes en las manos y mentes de un lector. 

El Buen Libro por excelencia, la santa Biblia, es el infaltable en cada hogar, en cada escritorio y en la memoria. Rumiar los sagrados textos no solo es bueno para que el alma contemple a Dios, sino también para que el alma practique la justicia (Regla de san Benito cap. LXXIII). Pero no solo en la Sagrada Escritura encontramos verdad y justicia. Podemos encontrar cosas buenas en la sabiduría de los paganos, a quienes Dios no dejo abandonados como dice san Pablo (Hechos XIV, 15-16). La luz de Dios ilumino también a los gentiles, quienes en la medida de sus posibilidades, escribieron para Cristo, aun sin haberlo conocido. 

Los buenos libros son compañeros eternos para las almas buenas. Son alimento de la mente y paz de espíritu. Trasmiten paz y sabiduría, que solamente rumiada en sus páginas puede ser beneficiosa para las personas. La literatura clásica, los grandes poetas, y sobre todo la Sagrada Escritura son un escape al mundo de silencio, contra la actual tiranía del ruido. Sentarse en un sofá y leer o en el jardín bajo un árbol, además de ser románticas escenas para un pintor, son sencillos placeres escondidos en la vida terrenal. Nos hace valorar la sabiduría que Dios regalo a los hombres, así como escuchar su voz (si leemos la Escritura). Y aquí es donde podemos sentir esa fuerza de la inmortalidad de los libros, ya que no puede suplantar una pantalla esos cofres de tesoros que inspiran respeto y reverencia.


Antiguo Misal Romano

 
“¿No hay Libros Santos en tu rito?”- me dijo hace muchos años un joven compañero de estudios (que hoy se prepara para el sacerdocio en el rito bizantino). Le respondí simplemente que lo desconocía, y por tanto mi presurosa respuesta fue negativa. Él se refería a los libros litúrgicos, que en su iglesia son reverenciados de manera especial durante la Divina Liturgia, como cuando el sacerdote luego de la lectura del Evangelio hace besar sus páginas a los ministros diciendo “Cristo está entre nosotros”. El rito occidental tiene sus "libros santos", pero muchas veces estos son tratados como meros utensilios en lugar de guardianes de cosas sagradas. No me refiero solamente a la manera de celebrar la Misa, sino que pienso en la estética de los mismos; recuerdo el caso de una edición del Misal italiano ilustrado con horribles pinturas (“arte moderno” le dicen). Me contaron de un cura italiano que recorto de su misal parroquial estas imágenes y las envió con una carta llena de sarcasmo a la comisión litúrgica italiana. 

Monja leyendo las Sagradas Escrituras - Hermann Kaulbach (1846-1909).

También pienso en las versiones de la Biblia; comparemos las versiones Biblia de Nuestro Pueblo, Latinoamericana o Católica para Jóvenes con la clásica Reina-Valera protestante, esta última a pesar de ser una versión “herética” no tengo escrúpulo en decir que su presentación (tapa negra y bordes dorados o rojos) tiene un atractivo mistérico que la distingue como “La Biblia”, del cual algunas ediciones modernas (y reediciones de antiguas como la Torres-Amat o Straubinger) carecen. Un atractivo que también tienen los viejos Missale Romanum, y demás libros de ritos en comparación con las débiles ediciones modernas (¿Notaron cuanto resiste al tiempo un viejo Breviarium en comparación con la Liturgia Horarum actual?). Si el libro es bello, dan más ganas de leerlo.

La modernidad, tan acostumbrada a la luz eléctrica y el ruido, olvidan la importancia de leer en papel. Las pantallas, cada vez más invasivas, quieren eliminar al libro del mundo, sobre todo en los niños (y estos son necesarios para su crecimiento). Creo que es un deber luchar contra esta invasión por el bien del Libro, señal de civilización. Aunque pasen los años y crezcan las pantallas y sus ruidos, siempre estarán los viejos libros, con su sacra dignidad en los silenciosos estantes, esperando ser leídos, confirmando así su inmortalidad

jueves, 3 de septiembre de 2020

Los Cuentos de Hadas

 

Una de las fotos de "las Hadas de Cottingley"

En el Apocalipsis  (*) de Clive Staples Lewis (29 de noviembre de 1898 - 22 de noviembre de 1963) se describe, con analogía, a la vida eterna como “la historia más real” o “la verdadera historia” de cada uno. Cuando la antigua Narnia perece en el propio fin de su historia, y es Aslan el león (la esperanza de los narnianos) quien da comienzo a la nueva Narnia, la verdadera. También se menciona a la Inglaterra real, que está adentro de la Inglaterra de nuestro mundo (Las Crónicas de Narnia: La Última Batalla. Editorial Planeta, página 256-257) esto nos recuerda, en lo personal, al pensamiento de ciertos autores ingleses como Gilbert Keith Chesterton (29 de mayo de 1874-14 de junio de 1936) o William Cobbett (9 de marzo de 1763-18 de junio de 1835) sobre su propia patria inglesa, dividida en la old catholic England  y la pérfida Albión  moderna. Ya hablaremos en un futuro sobre nuestros amigos ingleses.

Lewis en su saga “Las Crónicas de Narnia” realizo una excelente alegoría al cristianismo, sus personajes y sus historias son un reflejo de la historia de nuestra Redención, describiendo perfectamente en mi opinión, el anhelo de los cristianos al regreso del Señor (esto en su último libro) así como una muy humilde pero veraz presentación del sacrificio de Cristo, en la muerte de Aslan, “el gran León” que se entrega por un culpable. Todas estas parábolas, como las del Señor, son para dejarnos enseñanzas y buenos valores.

Jesucristo se dirigió a un público diverso, por ello adapto su oratoria a los distintos oyentes. Con la Escritura refuto al diablo, con la Ley hizo callar a los fariseos, y con parábolas hablo al pueblo sencillo de Israel. Cuentos y anécdotas simbólicas para darles una enseñanza, un mensaje, el Evangelio.

Esa también es la función de las leyendas, desde los mitos de la antigüedad a los tradicionales cuentos de hadas, de manera alegórica o con fantasía, se han transmitido enseñanzas y valores por siglos a los más pequeños. No hables con extraños (Caperucita), no seas soberbio (el mito de Aracne), etc. También se han transmitido ideales, personajes ejemplares para inspirar a sus lectores: El rey Arturo y sus nobles caballeros, los caballeros que se enfrentaban a dragones, Simbad el marino y sus aventuras. Transmisores todos de la virtud en el cuento.

La breve reflexión de hoy es sobre estas cosas: el valor del cuento fantástico. Sobre como esas analogías transmiten “lo real”, el verdadero bien, es decir, como son figuras iluminadas por la virtud que quieren transmitir. Mi amigo Edmund el Justo, en sus ratos libres en Cair Paravel, nos dedicó unas sencillas palabras que esperamos sea de utilidad a nuestros lectores. En especial para los padres de familia, a quienes les toca ser ejemplos de virtud para sus hijos, y contagiarlos del bien. Y esperamos que lo haga con la herramienta de los cuentos, antes de recurrir al pantano de la televisión.

En Defensa de Fairyland

"El gigante" - Newell Convers Wyeth (1882-1945)

Al preguntar sobre los cuentos de hadas, se tiene por idea general, que son relatos que contienen elementos maravillosos, aunque no necesariamente hadas. También, junto con esa definición, existe en el pensamiento colectivo que son cosas de chicos, cuentos destinados a alimentar la fantasía de los niños y adolescentes, como si fueran inferiores, “cosa de chicos”, sin sentidos, que uno se puede dar el lujo de disfrutar en esos años, porque no tiene “responsabilidades”. Y si algún adulto tiene algún interés, no es visto del todo bien; porque la fantasía es cosa de la inmadurez intelectual, qué idea más absurda.

Algo de razón llevarían esas afirmaciones, si observamos las colecciones modernas de cuentos de hadas o cuentos para chicos. Son una caterva de historias absurdas y poco enriquecedoras; de un lenguaje muy pobre, y para nada pedagógicos, donde se evidencian hasta el absurdo estereotipos de buenos y malos.

Apartados de esos ejemplos, se asocia lo fantástico con lo irracional, no teniendo muchos argumentos convincentes. En el mundo de los cuentos de hadas, dos más dos sigue siendo cuatro, aunque los ríos pueden ser de vino, sólo para recordarnos que son de agua.

Lo más importante es el mundo donde la historia ocurre, y no me refiero a lo maravilloso de esas tierras, ni del magnífico vuelo de los dragones. La tierra clásica de la fantasía, es la de la justicia, del equilibrio, donde las complicaciones hallan su solución, pero no eliminando al malo sin más, y saliendo triunfante el bueno. Los cuentos de hadas son más complejos, los buenos cuentos. No hay malos y buenos como dos bandos, eso sí sería básico, sino que existen personajes, con una historia, con una misión. Su desarrollo se parece a lo mítico, donde no debemos buscas semejanzas con la realidad de nuestro mundo, sino la idea que subyace, marca y conduce.

En eso se distingue, básicamente, el mito de la alegoría. En ésta, cada elemento tiene su referencia, su significado. Pero en el mito, estos elementos actúan como pinceladas de un cuadro impresionista, van dando forma a un todo, y aislados no son más que un poco de color sobre un lienzo. Obviamente, existen significantes y significados en los mitos, sino no habría de dónde agarrarse, pero están entre bambalinas, no porque esperan para salir a escena, sino porque se ocultan para que prestemos atención a lo que ocurre.

"El asesinato de Glaurung" - Derrell K. Sweet (1934 - 2011)

El valor de lo mítico se ha perdido en estos tiempos, contraponiéndose a lo racional (¡qué grave error!). Creo que ningún lector, sano mentalmente, va a ir vagando por el mundo buscando un dragón, porque sabe que no existe; pero sí, jugará con la idea de la nobleza de esa criatura, su poder, su virtud. Ahí es donde se vuelven terapéuticos esos relatos. Al exponer delante de nosotros los vicios y virtudes, nos ayudan a analizarlos, rumearlos, internalizarlos, ver el destino de las injusticias, el triunfo de la verdad. Más auténtico es cuando menos interviene lo fantástico en el desarrollo de los personajes. Los vemos atravesar situaciones, que en su núcleo se parecen mucho a nuestra cotidianeidad, y ahí, nuestros mundos parecen unirse en ese horizonte existencial. El éxito depende de la ascesis de los actores.

En El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien, no hay un triunfo de la comunidad del anillo porque Gandalf arrojaba rayos a diestra y siniestra (cosa que pasa en los cuentos absurdos que se tienen por cuentos de hadas) sino por la abnegación a la impresa, por la purificación de los personajes, y la perdición que alcanzan los que aferran en la iniquidad. Si eso no es el pan cotidiano, a lo que nos enfrentamos a diario, debo estar viviendo en Narnia.

Si uno ojea los cuentos de los hermanos Grimm, mejor aún si lo hace en su idioma original, que por cierto es un apena que sólo se encuentren completos en alemán, y lee sus cuentos que seguro nos han leído de niños, queda claro lo que he dicho hasta ahora. Ningún chico, creo, queda tan impresionado en que una gallina ponga huevos de oro, como con la idea de que la avaricia nos quita todo lo que amamos. Obviamente, el concepto de “avaricia”, no lo tiene asimilado un infante, pero la idea sí, más aun después de leerle el cuento.

Hay que volver siempre a los clásicos, que cultivan nuestra humanitas, y dentro de ellos, no evadir a los cuentos de hadas, porque si somos lo que comemos, no podemos darnos el lujo de leer vagatelas que nos abajen, no permitiendo el vuelo de nuestro intelecto, y acabemos como los animales narnianos, que tras incurrir en las inequidades, perdieron lo más precioso que tenían, el Logos.

 

Edmund el Justo

 

(*) Por Apocalipsis, no nos referíamos a la profecía de san Juan con la que cierra la Sagrada Escritura, sino a la ultima novela de la saga narniana titulada “La Ultima Batalla”, que fue escrita en genero apocalíptico pero para niños.

Recomendamos a todos, niños y adultos (y juntos mejor)  la lectura de “Las Crónicas de Narnia”, son excelentes.

martes, 1 de septiembre de 2020

Día gris en San Luis

 


Hace un tiempo atrás publicábamos un artículo, indignados por las declaraciones de dos ilustres prelados argentinos. El artículo puede releerlo aquí. Hoy (tras casi un mes de ausencia) estamos nuevamente indignados por los hechos acontecidos en la provincia de San Luis, cuyo causante fue (¡quien sino!) otro obispo argentino, el cual, si no fuera de la gravedad de su error, causaría muchísima vergüenza.

No hablamos de Monseñor Taussig y su necedad al cerrar uno de los mejores seminarios que tiene está triste república. Sino de Monseñor Gabriel Bernardo Barba, actual titular de la diócesis de San Luis (un bastión del catolicismo argentino) quien celebró las patronales diocesanas con la gran sorpresa de que un señor vestido de mujer (¿un señore?) dirigió una de las oraciones de los fieles durante la Misa patronal en la Catedral, por invitación del señor obispo.

¿Cómo dice usted? El señor obispo mando a un travesti a leer una oración en nombre de los fieles puntanos durante la Santa Misa patronal. ¿Lo prefieren en criollo? Un trava  dirigió un rezo en la catedral por invitación del padrecito-obispo Barba. No salimos de la perplejidad de esta noticia, aun cuando ya parecía que nos acostumbramos a levantarnos cada día con noticias estrambóticas del mundo eclesiástico: Hace poco un cura de Estados Unidos descubrió que no era sacerdote (¡y ni siquiera cristiano!) porque su bautismo no fue valido, gracias a la “creatividad litúrgica” del diacono que lo bautizo (más detalles aquí). ¡Pero cada día a un imbécil se le ocurre alguna burrada nueva!


Algún bienintencionado lector dirá ¿pero qué tiene de malo que lea una oración? ¿No es bueno que rece en la iglesia? No queremos que el título de fariseo se nos coloque (San Lucas XVIII, 9-14), no nos ponemos en el lugar de juez para decir quién es más digno de leer en la iglesia y quién no. Muy por el contrario, somos igual o peor pecadores que el señor vestido de mujer, sin embargo, como católicos y personas de bien, reconocemos que dicha persona por cuestiones básicas de moral cristiana, no debería haber realizado dicha acción, y esto no es discriminación (palabra tan bastardeada hoy en día) sino puro sentido común. ¿Se imaginan una mujer con el cabello al aire predicando en una mezquita? ¿O que alguien coloque una imagen del Mesías de Nazaret en una sinagoga? ¡Vaya que no! Entonces ¿Por qué motivos es de aplaudir que en la Iglesia donde se reza “varón y mujer los creo”  (Génesis I, 27) un obispo promueva estas cosas?

Alguien ha fallado en su deber para con Dios y su pueblo, y ese alguien es quien se sienta en la cátedra episcopal. Su deber de cuidar y proteger la pureza de la doctrina, la sacralidad de la liturgia y las buenas costumbres ante el pueblo. ¿Por qué razón entonces monseñor Barba causa este escándalo? ¿Qué necesidad de dar confusión a los fieles en su fiesta patronal? ¿Por qué escupir en la cristiana memoria del rey san Luis justamente en su día? Estas preguntas merecen una respuesta y una satisfacción, pero monseñor Barba no la dará a los fieles ni ahora ni nunca, se la dará a Dios, y recemos porque tenga una excelente respuesta.

¿Pero es culpa del obispo? Dudemos un poco comparando el hecho con el de otro obispo argentino muy renombrado, porque como sabrán, en varias ocasiones el Papa Francisco se ha reunido con dictadores sanguinarios (aquí), en misas multitudinarias han leído lecturas u oraciones personajes enemigos de la moral cristiana (aquí) y también se han hecho payasadas grotescas en eventos masivos donde estuvo presente (aquí). ¿Son culpa de Bergoglio? Le doy el beneficio de la duda, y creo que la culpa es del cardenal contratado como organizador de eventos, o de la diplomacia vaticana, y al mismo Bergoglio lo culpo por mostrarse como un cómplice activo, aunque se salva de no ser responsable directo. ¿Por qué entonces tirar todas las piedras sobre el obispo Barba? Porque siendo honestos, en una diócesis pequeña y conservadora como la de San Luis, tremenda decisión no podría no estar enterado monseñor antes de que pase. Y según parece, fue invitación del mismo obispo (aquí).



Los católicos creemos en el Orden Natural, aquella ley por la que se rige el universo y la realidad. No creemos en ella porque un libro escrito hace siglos nos lo diga, sino porque basta vivir en el planeta para darse cuenta de que existe un orden natural de las cosas. No hace falta siquiera declararse creyente para creer en este orden, sino leer al pagano Aristóteles, quien nunca escucho hablar de Jesucristo y ya se percató de la existencia de una ley natural.

El orden natural es llevado al orden sobrenatural por Dios, en Jesucristo, quien guía esta naturaleza a fines más elevados. Rechazar uno de estos dos órdenes, no es liberarse sino hacerse esclavo de lo antinatural, basta ver las conductas e ideas de la nueva ola del progresismo globalista (como ejemplo ¿escucharon esa de que hay que separar a los gallos de las gallinas porque son potenciales violadores? Aquí). Como decía Chesterton (1874 - 1936) “Quitad lo sobrenatural y no queda lo natural, lo que queda es lo antinatural”.

Ahora se llama “revolución”-a lo que en realidad es una imposición ideológica por parte de oscuros intereses del globalismo- medir el valor de las personas por sus conductas sexuales (¿no es lo mismo el machismo?). Para personas que así piensan, este acontecimiento es una victoria gloriosa, cuando para nosotros es una vergüenza patética. Las revoluciones nunca son populares (no lo fue ni la francesa ni la bolchevique) solo son imposiciones de arriba hacia abajo, y esto lo fue de parte de la que debería ser “contrarrevolucionaria”, es decir la Iglesia; imponiendo este disgusto a la feligresía. El obispo no se comportó como pastor del rebaño, sino como impostor y timador, dando a sus fieles un mal rato y un escándalo, en lugar de la paz que da tener al rey san Luis como patrono en el cielo.

Esperemos no tener más pesadumbres como esta en un futuro cercano, aunque no nos sorprendería tenerlas, porqué como dijimos antes, siempre hay un imbécil al que se le ocurre alguna nueva burrada.

Nota aparte

Encontré en mi biblioteca, un devocionario a San Luis, compuesto en los años noventa por el excelente obispo Juan Rodolfo Laise, entre sus páginas encontramos la siguiente oración:

Oración a San Luis Rey

Patrono de la Provincia y Diócesis de San Luis
fiel interprete y ejecutor de las enseñanzas cristianas
recibidas de tu santa madre, Blanca de Castilla;

Cristiano de fe cabal, en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía
Y en la luminosa comprensión de su Redención liberadora;

Ejemplar heroico, para la juventud, en la virtud de la pureza
y para padres y esposos, en las virtudes domesticas del hogar;

Gobernante justo y defensor valiente de la Patria y de la Iglesia;
solícito servidor del necesitado en el ejercicio de la caridad cristiana
y longánimo distribuidor de los vienen de la tierra.

Intercede por tus hijos y peregrinos: la Fe, que se apoya en Dios,
para luchar con valentía contra todas las manifestaciones del mal
y ser testigos fieles de Cristo, Maestro y Salvador;

La constancia en la práctica de las virtudes cristianas;
la esperanza en los bienes que no perecen
y en la acción providente del Padre.

La caridad ardiente a Cristo Jesús y el amor solícito en el Espíritu
al servicio de nuestros hermanos. Amén.

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Lamento no actualizar con más regularidad está bitácora, se debe a qué he tenido problemas tanto con la pluma cómo con las ideas, y más aún con la computadora. Espero resolver pronto estos inconvenientes y así seguir con este sendero, si es una ayuda para otros compañeros del peregrinaje.

Post data: A los fieles de San Luis, mi más sincero pésame por el obispo que les toco.