Recientemente en distintos ambientes
del mundo católico noté tres actitudes con respecto a la lectura devota de las
Sagradas Escrituras: una negativa, una positiva y una dañina.
-Negativa: La encontré para mi sorpresa (y no tanta) en los
grupos autodenominados “de la Tradición”. En ellos encontré
una desconfianza muy extraña a la lectura (siquiera ocasional) de la Santa
Biblia. El rechazo era fundamentado en “eso es cosa de protestantes”,
aunque también escuché “¿para qué leer la Biblia si ya tenemos la Iglesia
que nos la predica?”.
-Dañina: Esta la encontré en los grupos “progresistas”,
donde curiosamente el uso de la Sagrada Escritura es constante pero
terriblemente erróneo. El uso dado no es para el cual Dios nos dio la Biblia,
sino más bien, para intentar confirmar sus errores en base a su mala lectura.
-Positiva: Fue gratificante sin duda, encontrar en los
hermanos de rito oriental, un santo y santificante uso de los Libros Sagrados.
Sin duda por su propia tradición teológica-litúrgica, el uso de la Biblia no
les es extraño y les resulta normal, como en mi opinión debe ser para todo
católico.
Los católicos no somos seguidores de
ninguna doctrina en particular, ni mucho menos de un libro. Los católicos somos
discípulos del Verbo Encarnado, el Logos eterno que se hizo hombre: Jesucristo
nuestro Señor.
San Pablo lo dice al principio de la
Carta a los Hebreos:
“Habiendo hablado Dios muchas veces, y en muchas
maneras a los padres en otro tiempo por los Profetas: últimamente en estos días
nos ha hablado por el Hijo, al cual constituyó heredero de todo, por quien hizo
también los siglos” (Hebreos
I,1-2 Biblia de Scío).
Dios nos habló por medio de su Hijo, para que
saliéramos de las tinieblas a su luz admirable (I Pedro II, 9). La Iglesia,
como Cuerpo de Cristo, de la que somos miembros nos ayuda a vivir estas
verdades por medio de la gracia; no es que nos enseña la verdad como un simple
conocimiento intelectual sino como un bien apetecible que
nuestras almas buscan obtener.
Entonces ¿es necesario leer las
sagradas Escrituras? Dice el rey David al principio del Salterio:
“¡Dichoso
el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni pone el pie en el camino
de los pecadores, ni entre los burladores toma asiento, mas tiene su deleite en
la Ley del Señor, y en ella medita de día y de noche!” (Salmo I,1-2 Straubinger).
El hombre prudente es aquél que, consiente de su
ignorancia, busca remedios para la misma en los ríos de la sabiduría divina.
Los ríos de la Sabiduría se encuentran juntamente en las páginas del Libro
Divino, como dice el Salmo primero. En ellos Dios preeminentemente ha revelado
todo aquello necesario para nuestra salvación.
Los tradicionalistas que
desconfían de la devota lectura de los divinos textos carecen realmente del
sentido católico de Tradición. Esta no se reduce a las encíclicas del siglo XIX
y a los discursos de Pio XII, sino que se remontan a los principios; Al
Señor en el Evangelio y en toda la Biblia. La Tradición tiene por testigos
privilegiados a los Santos Padres y a las escuelas
teológicas de la Escolástica, y ambos “testigos” no eran más que
comentadores de la Santa Biblia. Baste leer la Summa Theologiae de Santo
Tomás de Aquino y hojear un par de quaestiones para
confirmar mi punto.
La desconfianza en base al ejemplo de los
protestantes es absurda realmente ¡Como si fuera culpa de la Biblia que los
protestantes digan herejías! Los protestantes simplemente erran en su lectura,
en modo alguno la palabra de Dios los confirma en sus herejías. Ya decía
Tertuliano:
“Ellos [los
herejes] comienzan ante todo con las Escrituras… Es aquí sobre todo donde les
cerramos el camino declarándoles no aptos para disputar sobre las Escrituras…
Si el Señor Jesucristo mandó a los apóstoles a predicar, no debemos aceptar a
ningún otro predicador fuera de los que Cristo ha instituido… Al no ser
cristianos, no tienen ningún derecho sobre los escritos cristianos…” (De praescriptione haereticorum, 15,1-3; 21,1;
37,3).
La Biblia es de la Iglesia católica, no
de ellos, por tanto el católico no debe desaprovecharla. Termino con esto
recordando una frase de un amigo del palo de la tradición: “¡No
leas la Biblia! Mejor leer una Vida de Cristo” y yo me pregunto
¿Qué mejor Vida de Cristo que la narrada en los Santos
Evangelios?
Ilustración de 1922: El descenso de los
modernistas hacia el ateísmo, de E. J. Pace. Este dibujo aparece en su
libro Christian cartoons.
Los progresistas en cambio, fieles a
los helados vientos primaverales del Vaticano II, han puesto la Biblia al mismo
nivel que el Santísimo Sacramento, y abusan de ella constantemente; Ya sea para
vaciarla de su contenido sobrenatural convirtiéndola en un simple libro de
cuentos morales o para fundamentar sus ideas revolucionarias (Como el triste
caso de la Biblia latinoamericana). El mejor ejemplo de esto
último es el dialogo tenido entre el señor Gallart y el abate Barré, en el
capítulo VII de la novela francesa Les Nouveaux Prêtres, de Michelde Saint Pierre (disponible en español por cierto).
Los orientales (por lo menos lo que he
conocido) no tienen un rechazo a la devota lectura del sagrado libro (como los
custodios de un mal sentido de tradición) y su uso no es un abuso ideológico
(como los adoradores del falso progreso). Sino que, guiados por el ejemplo del
bienaventurado san Juan Crisóstomo, en las Escrituras buscan al Verbo divino,
nuestro Salvador.
“Escudriñad
las Escrituras, ya que pensáis tener en ellas la vida eterna: son ellas las que
dan testimonio de Mí” (San
Juan V, 39 Straubinger).
“Pues
desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (San Jerónimo, Commentarii in Isaiam,
Prólogo: CCL 73, 1).
Nota nostálgica:
Por Vida de Cristo, mi amigo se refería a ciertas biografías noveladas sobre la vida del Señor. Entre las mas famosas se encuentra la escrita por Giovanni Papini (1881-1956) y la del apostata Joseph Ernest Renan (1823-1892).
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