viernes, 29 de noviembre de 2019

Cincuenta Años de Destrucción



Este 30 de noviembre se cumplen 50 años de la entrada en vigor del Novus Ordo Missae, se cumplen 50 años desde que comienza, en toda la Iglesia católica de rito romano, a utilizarse la liturgia reformada por el Concilio Vaticano II.

En el mundo eclesial no ha habido mucho ruido sobre este aniversario, al parecer pasará inadvertido entre las tragicómicas crónicas de los últimos cincuenta años. Siendo uno de los hechos más significativos en la historia de la Iglesia del siglo XX (y de la historia de la liturgia en general) es muy notable que casi no se diga absolutamente nada sobre este glorioso acontecimiento.

¿Cuál fue la razón de crear (“reformar” según los papeles) una nueva liturgia? ¿No bastaba acaso el anterior ritual? ¿Qué fue lo que pasó para que de rezar en latín comenzáramos a rezar en la lengua vulgar? ¿Es eso o hay cambios más profundos?

La historia oficial y oficiosa es básicamente la siguiente:
Jesucristo nuestro Salvador la noche del primer Jueves Santo, sabiendo que debía morir por todos los hombres al día siguiente, reunió a los Apóstoles en una cena pascual, donde les dejó su Cuerpo y su Sangre bajo apariencia de pan y vino como signo real de su amor. Los cristianos primitivos, en recuerdo de la entrega de Cristo, se reunían frecuentemente a “partir el pan” que llamaban Eucaristía. Luego de las sangrientas persecuciones romanas, la Iglesia ingresa en la Edad Media donde es saturada por los lujos del poder mundano y estos ingresan a la celebración eucarística, convirtiéndola de una sencilla cena a una ceremonia majestuosa y ostentosa alejada del espíritu apostólico de los primeros cristianos. Fue así por siglos, condenando a los fieles a ser espectadores mudos de un rito mistérico y clericalista, en lugar de adoradores del buen Dios y de nuestro hermano Jesús. Pero llegando el siglo XX con todos sus nuevos y sorprendentes avances (como la bomba atómica) la anticuada Iglesia católica reflexiono que su forma cultual era un muro contra este maravilloso tiempo y por tanto había que cambiar la Misa para  hacerla más apta al hombre de hoy y a la vez, devolverle el dulce y suave sabor del cristianismo apostólico. Fue así como, luego del apoteótico y sacrosanto Concilio Vaticano II, la Iglesia se renueva en una nueva liturgia, sencilla y entendible para los cristianos liberados de la esclavitud del latín y del clericalismo antiguo, desagradable al hombre contemporáneo.
La realidad histórica fue otra totalmente distinta…


La Nueva Misa y la liturgia surgida ex nihilo durante los años sesenta son la cara visible que tomo la Iglesia romana para enfrentar al hombre moderno. La antigua Misa, con sus oraciones, su orientación y su estética no eran ya aptas para presentar claramente a la modernidad el viejo mensaje del Evangelio. Había caducado su tiempo, se acabó o para decirlo de otra manera, la commedia è finita. Estamos en otra época, con nuevas cosas y nuevas aspiraciones, la Iglesia debe adaptarse al cambio de época si quiere sobrevivir o desaparecer en el olvido.
Estas frases retumbaban en la conciencia de los prelados del 60, no de todos sino más bien de aquellos que estaban más pendientes del mundo que de Dios. Apremiaba cambiar, no estancarse en los siglos pasados (siglos de santos por cierto). Por eso el imprudente Juan XXIII convoca el Concilio Vaticano II, para realizar su ansiado (pero jamás pedido) aggiornamento (o actualización según se traduzca) y así permitir al rebaño de Cristo el contacto con la no tan mala Modernidad.

  El concilio entra en marcha el 11 de octubre de 1962, no sin antes dos años de exhaustiva preparación en Roma, aunque esta es totalmente irrelevante pues al poco tiempo de iniciar, los documentos preparatorios son tirados por la borda para comenzar de cero. Todo el trabajo de un gran número de católicos eruditos, hechos para ser guía de las discusiones, son descartados para crear otros documentos orientadores ¡en pleno desarrollo del concilio! El resultado catastrófico.

El Vaticano II se desarrolló de esa manera, a los tumbos… porque un grupo determinado de episcopados europeos querían dirigir la Iglesia a su manera, cambiarla según su visión acrítica de la Modernidad y el principal medio de cambio fue la liturgia.

El 8 de diciembre de 1965, día de la Inmaculada Concepción, el concilio da por terminado sus sesiones y comienza el llamado “tiempo de post-concilio” o comienza la edad de la apostasía: Seminarios vaciándose, congregaciones religiosas muriendo, teólogos heréticos enseñando cómodamente en universidades católicas sin ningún tipo de sanción; Sacerdotes dejando el ministerio sagrado en multitudes y la Santa Misa convertida en un circo ridículo y en consecuencia, menos asistencia de feligreses.

Durante esos turbulentos años, el Papa Pablo VI confirmaba y aprobaba todas las decisiones tomadas por el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, la comisión encargada de reformar la liturgia según las guías conciliares. Desde su creación en 1963 a los primeros años del 70, esta comisión se encargó de cercenar y destruir la antigua y rica tradición romana según sus gustos y caprichos. Todos los ritos sacramentales, la Misa, las bendiciones y demás ceremonias consagradas por siglos de uso en el corazón de los fieles cristianos fueron despojados de su belleza por un grupo de profesores en una oscura oficina romana.

La contra-reacción fue tardía, el Papa aprobaba todos los cambios y los promulgaba con fuerza de ley para que el pueblo cristiano calle y acepte, sin chistar, estas benignas novedades de la erudición litúrgica.

  Esta reforma no es causa sino consecuencia de una vieja enfermedad que dañaba al cristianismo desde hacía décadas: La liturgia como mero conjunto de ceremonias modificables por la ley. La liturgia es la gracia de Cristo transmitida al hombre; los ritos tienen su razón de ser y a lo largo de la historia fue el pueblo cristiano quien la cultivó conforme se desarrollaba y explicitaba la doctrina cristiana.

La recibimos de los santos, la transmitimos a nuevos santos conforme pase el tiempo; con amor y respeto. No somos dueños de la liturgia como tampoco lo somos de la doctrina, ni aún los pastores y el Papa. Somos transmisores de lo sagrado, incluso de las cosas accidentales, que con respeto y amor pueden ser dejadas, reformadas o conservadas tal como están.

Grabado inglés dónde muestra la purga de elementos “romanistas” de la iglesias de Inglaterra durante la reforma anglicana.

Hace 50 años los católicos rezábamos la Misa en dirección al Oriente mirando a la Cruz…mirábamos a Cristo que vuelve; Hoy, nos encontramos cara a cara con un presidente de asamblea en una reunión para almorzar y a esto llamamos Misa. Y eso es solo un ejemplo mínimo de los cambios, aún hay muchas cosas que tratar sobre la reforma litúrgica (y lo haremos en distintos artículos conforme pasen los días) pero es un cambio profundo y dañino a la naturaleza misma del culto católico.

Nos preguntamos entonces ¿era necesaria una destrucción litúrgica? ¿Ha valido la pena estos 50 años?

“Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión.” (Salmo CXXXVI,1)

No, al contrario, ha sucedido una desgracia, han invadido la ciudad santa y la han convertido en ruinas. La Misa Romana, la gloria de la Iglesia latina, despojada de su belleza y sacralidad por un grupo minúsculo de estudiosos cegados por su soberbia.

“Yn lle allor, trestyl trist;
Yn lle Krist mae bara.”
San Richard Gwyn (1537-1584).*

Estos cincuenta años han sido de destrucción, destrucción de la Iglesia y del orden cristiano y para esto, primero delenda est liturgia… la liturgia debe ser destruida.
Analizaremos más a profundidad tanto los cambios litúrgicos como los hechos históricos mencionados conforme pasen los días del trágico aniversario de la Nueva Misa.

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Estos versos provienen de las canciones (“carola”) del mártir gales, San Richard Gwyn, la traducción es la siguiente:
“En lugar del altar hay una miserable mesa, en lugar de Cristo hay pan”.
Irónicamente en donde se celebra la Misa de san Ricardo Gwyn en Gales hoy en día habrá una “miserable tabla” (trestyl trist). 

Citado de Pope Paul's New Mass del erudito ingles Michael Davies.

sábado, 9 de noviembre de 2019

De actores y episcopos



Las sombras pestíferas del mundo contemporáneo normalmente parecen ser terribles ponzoñas que lo invaden todo y lo envenenan todo. Y es verdad que son así; sin embargo, estas neblinas diabólicas en algún momento serán vencidas por una suave brisa durante el ocaso histórico.

En el Antiguo Testamento, el profeta Elías huyendo de la pérfida Jezabel, se esconde en una cueva y reza. Dice la Escritura:

“Y he aquí que pasó Yahvé. Un viento grande e impetuoso rompía delante de Yahvé los montes y quebraba las peñas; pero Yahvé no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto; mas Yahvé no estaba en el terremoto. Y después del terremoto, un fuego; pero Yahvé no estaba en el fuego; y tras el fuego, un soplo tranquilo y suave. Al oírlo Elías se cubrió el rostro con su manto y salió…” (II Reyes XIX; 12-13; Straubinger).

Durante una calma brisa, el Señor aparece y en humildad Elías cubre su rostro. El suave y tranquilo viento es símbolo de Dios, desde comienzos mismos de la Creación (Génesis I, 1-2). Aun cuando el hombre comete el pecado que lo separa de Dios, este se presenta tranquilo en la brisa de la tarde con la promesa de un Salvador (Génesis 3, 8.15).

La brisa tranquila de Dios en este siglo esperpéntico para oculta mientras los humos y ráfagas del infierno corrompen el aire de la Creación.

Uno de esos humos venenosos es la antinatural ideología de género, que ataca directamente a la estructura natural de los seres humanos en base al simple gusto subjetivo. Aquellos que suelen leer la basura que tenemos por prensa aquí en Argentina, se podrá dar cuenta efectivamente de eso.

La brújula moral y de acción es el capricho individual de cualquier individuo. Desde aquel que se cree mujer siendo hombre hasta el que se cree gato. Pero no se les puede decir lo evidente, so pena de condena mediática, por el cargo de discriminar.

Hace poco, el arzobispo emérito de La Plata público un artículo titulado La naturalización de lo antinatural, que pasó inadvertido en los ambientes eclesiales (como el Evangelio y el Catecismo) pero permitió a los buitres de los medios seculares darse un banquete contra el episcopus emeritus.


Entre los afectados por los dichos del obispo, estaba el porno-empresario de Marcelo Tinelli, un personaje desagradable a quien el mal gusto porteño ha convertido en referencia cultural de la televisión argentina.

Parece ser que Tinelli es un erudito histórico y experto en análisis de textos, lo digo porque al ser referido en el texto episcopal, su respuesta fue:

“De los curas pedófilos no dijo nada??? No llegué a leer toda la nota, porque sus palabras me hacen recordar a la inquisición”.

Honestidad intelectual no le falta, no termino de leer el texto. Punto a su favor. Y si hablamos de pedofilia, les recomiendo estos vídeos I, II y III, para ver qué clase de fina persona es el viejo verde de don Marcelo.

En cuanto a Inquisición, imagino que si no leyó la nota completa de Aguer (que es muy corta por cierto aunque densa para cierta mentalidad corta de lecturas) jamás habrá leído un libro serio sobre la inquisición. Recomiendo este para empezar.

No abundo entre los cuervos que atacaron al antiguo obispo platense. Si quieren reírse y vomitar pueden leer aquíLo que si me llama la atención es cómo reaccionan a una nota que seguramente no leyeron. Y me recuerda a una cosa que dijo el actor estadounidense Clinton Eastwood Jr. Hace tiempo.

“Vivimos en una generación de maricas”.

Aguer lo dijo más finamente, pero Eastwood lo dijo más claro.

Estos humos pestilentes cubren la luz del Sol y no nos dejan ver la luz que ilumina toda la Creación. Por gracia del cielo, la suave brisa correrá estas tinieblas, una suave brisa salida de los dulces labios del Señor Jesucristo (II Tesalonicenses II,8). Esperemos con fe, esa suave brisa.