Este 30 de
noviembre se cumplen 50 años de la entrada en vigor del Novus Ordo Missae, se cumplen 50 años desde que comienza,
en toda la Iglesia católica de rito romano, a utilizarse la liturgia reformada
por el Concilio Vaticano II.
En el mundo
eclesial no ha habido mucho ruido sobre este aniversario, al parecer pasará
inadvertido entre las tragicómicas crónicas de los últimos cincuenta años.
Siendo uno de los hechos más significativos en la historia de la Iglesia del
siglo XX (y de la historia de la liturgia en general) es muy notable que casi
no se diga absolutamente nada sobre este glorioso acontecimiento.
¿Cuál fue
la razón de crear (“reformar” según los papeles) una nueva liturgia? ¿No
bastaba acaso el anterior ritual? ¿Qué fue lo que pasó para que de rezar en
latín comenzáramos a rezar en la lengua vulgar? ¿Es eso o hay cambios más
profundos?
La historia
oficial y oficiosa es básicamente la siguiente:
Jesucristo nuestro Salvador la noche del primer Jueves Santo, sabiendo que
debía morir por todos los hombres al día siguiente, reunió a los Apóstoles en una
cena pascual, donde les dejó su Cuerpo y su Sangre bajo apariencia de pan y
vino como signo real de su amor. Los cristianos primitivos, en recuerdo de la
entrega de Cristo, se reunían frecuentemente a “partir el pan” que llamaban
Eucaristía. Luego de las sangrientas persecuciones romanas, la Iglesia ingresa
en la Edad Media donde es saturada por los lujos del poder mundano y estos
ingresan a la celebración eucarística, convirtiéndola de una sencilla cena a
una ceremonia majestuosa y ostentosa alejada del espíritu apostólico de los
primeros cristianos. Fue así por siglos, condenando a los fieles a ser
espectadores mudos de un rito mistérico y clericalista, en lugar de adoradores
del buen Dios y de nuestro hermano Jesús. Pero llegando el siglo XX
con todos sus nuevos y sorprendentes avances (como la bomba atómica) la anticuada
Iglesia católica reflexiono que su forma cultual era un muro contra este
maravilloso tiempo y por tanto había que cambiar la Misa para hacerla más apta al hombre de hoy y a la vez,
devolverle el dulce y suave sabor del cristianismo apostólico. Fue así como,
luego del apoteótico y sacrosanto Concilio Vaticano II, la Iglesia se renueva
en una nueva liturgia, sencilla y entendible para los cristianos liberados de
la esclavitud del latín y del clericalismo antiguo, desagradable al hombre
contemporáneo.
La realidad
histórica fue otra totalmente distinta…
La Nueva
Misa y la liturgia surgida ex nihilo
durante los años sesenta son la cara visible que tomo la Iglesia romana para
enfrentar al hombre moderno. La antigua Misa, con sus oraciones, su orientación
y su estética no eran ya aptas para presentar claramente a la modernidad el
viejo mensaje del Evangelio. Había caducado su tiempo, se acabó o para decirlo
de otra manera, la commedia è finita. Estamos
en otra época, con nuevas cosas y nuevas aspiraciones, la Iglesia debe
adaptarse al cambio de época si quiere sobrevivir o desaparecer en el olvido.
Estas
frases retumbaban en la conciencia de los prelados del 60, no de todos sino más
bien de aquellos que estaban más pendientes del mundo que de Dios. Apremiaba
cambiar, no estancarse en los siglos pasados (siglos de santos por cierto). Por
eso el imprudente Juan XXIII convoca el Concilio Vaticano II, para realizar su
ansiado (pero jamás pedido) aggiornamento
(o actualización según se
traduzca) y así permitir al rebaño de Cristo el contacto con la no tan mala
Modernidad.
El concilio entra en marcha el 11 de octubre de 1962, no sin antes dos años de exhaustiva preparación en Roma, aunque esta es totalmente irrelevante pues al poco tiempo de iniciar, los documentos preparatorios son tirados por la borda para comenzar de cero. Todo el trabajo de un gran número de católicos eruditos, hechos para ser guía de las discusiones, son descartados para crear otros documentos orientadores ¡en pleno desarrollo del concilio! El resultado catastrófico.
El Vaticano
II se desarrolló de esa manera, a los tumbos… porque un grupo determinado de
episcopados europeos querían dirigir la Iglesia a su manera, cambiarla según su
visión acrítica de la Modernidad y el principal medio de cambio fue la
liturgia.
El 8 de
diciembre de 1965, día de la Inmaculada Concepción, el concilio da por
terminado sus sesiones y comienza el llamado “tiempo de post-concilio” o
comienza la edad de la apostasía: Seminarios vaciándose, congregaciones
religiosas muriendo, teólogos heréticos enseñando cómodamente en universidades
católicas sin ningún tipo de sanción; Sacerdotes dejando el ministerio sagrado
en multitudes y la Santa Misa convertida en un circo ridículo y en
consecuencia, menos asistencia de feligreses.
Durante
esos turbulentos años, el Papa Pablo VI confirmaba y aprobaba todas las
decisiones tomadas por el Consilium ad
exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, la comisión encargada de
reformar la liturgia según las guías conciliares. Desde su creación en 1963 a
los primeros años del 70, esta comisión se encargó de cercenar y destruir la
antigua y rica tradición romana según sus gustos y caprichos. Todos los ritos
sacramentales, la Misa, las bendiciones y demás ceremonias consagradas por
siglos de uso en el corazón de los fieles cristianos fueron despojados de su
belleza por un grupo de profesores en una oscura oficina romana.
La
contra-reacción fue tardía, el Papa aprobaba todos los cambios y los promulgaba
con fuerza de ley para que el pueblo cristiano calle y acepte, sin chistar,
estas benignas novedades de la erudición litúrgica.
Esta reforma no es causa sino consecuencia de una vieja enfermedad que dañaba al cristianismo desde hacía décadas: La liturgia como mero conjunto de ceremonias modificables por la ley. La liturgia es la gracia de Cristo transmitida al hombre; los ritos tienen su razón de ser y a lo largo de la historia fue el pueblo cristiano quien la cultivó conforme se desarrollaba y explicitaba la doctrina cristiana.
La
recibimos de los santos, la transmitimos a nuevos santos conforme pase el
tiempo; con amor y respeto. No somos dueños de la liturgia como tampoco lo
somos de la doctrina, ni aún los pastores y el Papa. Somos transmisores de lo
sagrado, incluso de las cosas accidentales, que con respeto y amor pueden ser
dejadas, reformadas o conservadas tal como están.
Grabado inglés dónde muestra la purga de elementos “romanistas” de la iglesias de Inglaterra durante la reforma anglicana.
Hace 50
años los católicos rezábamos la Misa en dirección al Oriente mirando a la Cruz…mirábamos
a Cristo que vuelve; Hoy, nos encontramos cara a cara con un presidente de
asamblea en una reunión para almorzar y a esto llamamos Misa. Y eso es solo un
ejemplo mínimo de los cambios, aún hay muchas cosas que tratar sobre la reforma
litúrgica (y lo haremos en distintos artículos conforme pasen los días) pero es
un cambio profundo y dañino a la naturaleza misma del culto católico.
Nos
preguntamos entonces ¿era necesaria una destrucción litúrgica? ¿Ha valido la
pena estos 50 años?
“Junto a los canales de Babilonia nos
sentamos a llorar con nostalgia de Sión.” (Salmo CXXXVI,1)
No, al
contrario, ha sucedido una desgracia, han invadido la ciudad santa y la han
convertido en ruinas. La Misa Romana, la gloria de la Iglesia latina, despojada
de su belleza y sacralidad por un grupo minúsculo de estudiosos cegados por su
soberbia.
“Yn
lle allor, trestyl trist;
Yn lle Krist mae bara.” San Richard Gwyn (1537-1584).*
Yn lle Krist mae bara.” San Richard Gwyn (1537-1584).*
Estos
cincuenta años han sido de destrucción, destrucción de la Iglesia y del orden
cristiano y para esto, primero delenda
est liturgia… la liturgia debe ser destruida.
Analizaremos más a profundidad tanto los cambios litúrgicos como los hechos históricos mencionados conforme pasen los días del trágico aniversario de la Nueva Misa.
Analizaremos más a profundidad tanto los cambios litúrgicos como los hechos históricos mencionados conforme pasen los días del trágico aniversario de la Nueva Misa.
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Estos
versos provienen de las canciones (“carola”) del mártir gales, San Richard Gwyn, la traducción es la siguiente:
“En
lugar del altar hay una miserable mesa, en lugar de Cristo hay pan”.
Irónicamente en donde se celebra la Misa de san Ricardo Gwyn en Gales hoy en
día habrá una “miserable tabla” (trestyl trist).
Citado de Pope Paul's New Mass del erudito ingles Michael Davies.
Citado de Pope Paul's New Mass del erudito ingles Michael Davies.